STEVE ROGERS: EL NOMBRE DEL HÉROE
Todos los personajes que tienen origen en el mundo de los comics poseen historias muy complejas debido al paso de los años, los cambios de autores y, claro, la coyuntura social cambiante. El Capitán América es un buen ejemplo. Tuvo su nacimiento en 1941, de la mano de Jack Kirby y Joe Simon, año en el que Estados Unidos ingresaba de manera activa a la Segunda Guerra Mundial. Por esto los fines del personaje tenían que ver con causas principalmente propagandísticas. Pero no siempre fue así, sino que hubo cambios en el rumbo que tomaba el personaje según pasaban los años. Uno muy importante fue cuando se hizo cargo Stan Lee, que le dio un giro que lo alejaba un poco del patrioterismo más ramplón, aunque siempre manteniendo, en el fondo, la buena conciencia norteamericana (en realidad, ¿qué otra cosa son la mayoría de los héroes de historietas sino un intento de darle carnadura mítica y heroica a cierto sueño norteamericano?). Por esto motivos, y algunos más, Steve Rogers (nombre civil del Capitán América) siempre fue un personaje muy interesante, muchas veces por las propias intenciones que en él depositaron los autores, pero también porque sin ser algo buscado, ha dado pautas para pensar el origen ideológico y cultural, a través contradicciones y ambigüedades, de la mentalidad social que le dio origen.
La película recoge todo esto y pone de manifiesto esas contradicciones y ambigüedades. Incluso, hasta posiblemente lo haga de manera conciente, lo que la vuelve inteligente, además de lograda. Porque lo primero que hay que de decir de Capitán América: el primer Vengador, es que es una muy buena película bélica, llena de secuencias de acción impactantes, pero que sobre todo están narradas con solvencia. Todas se entienden, todas mantienen suspenso y jamás agotan. Joe Johnston, artesano con una carrera digna de atención, sabe narrar y tiene mano clásica, y eso le permite llevar adelante un film con todo el gigantismo típico de las producciones de superhéroes sin perder de vista nunca lo esencial: el desarrollo dramático de la historia.
Siguiendo con los logros formales, uno de puntos más altos del film es ese trío de actores secundarios realmente de excelencia conformado por Hugo Weaving, Stanley Tucci y el siempre enorme Tommy Lee Jones. Y he aquí otro de los grandes pilares de todo cine con aires clásicos: la grandeza de los personajes secundarios.
Muy bien, ¿y todo este andamiaje tan logrado para contar qué? Simple: la lucha entre un ser con conciencia de bien (Steve Rogers, disfrazado de Capitán América), contra un mal absoluto, esencial (Johann Schmidt, extremado en Red Skull). Pero para llegar a esta simplificación (que es el mayor logro de la película), es necesario en el camino ir desprendiéndose de otras cuestiones. La primera es que Steve Rogers/Capitán América se vuelva un individuo particular, excepcional, un héroe que escape a la parafernalia patriótica. Y para ello están todos esos momentos patéticos en los que el personaje debe hacer espectáculos de humor, musicales y demás para que el público compre bonos que solventen la guerra contra los nazis. Todo esto, claro, está manejado por dos políticos caricaturescos, los más estúpidos y desagradables personajes de la película. Es una visión muy crítica de la política, el modo de hacer propagando y de cierta conciencia de espectáculo norteamericana: todo un gran show en el cuál es imposible divisar valores elevados (¿cómo no pensar en esa nueva política que se veía llegar en Un tiro en la noche, de John Ford?). En realidad, las causas que moverían a Estados Unidos a la guerra jamás son mencionadas, pero por su omisión y por el payasesco ropaje que llevan, queda claro que de ninguna manera se corresponden con los motivos que deben mover a un héroe. Steve Rogers sabe que debe pelear por algo más, tiene un deber moral y ético: pelear contra los abusadores (bullys), como dice desde su inocencia y desde su propia historia. Para hacer aún más hincapié en el hecho de que el héroe del fin en realidad es más que la encarnación de un país y su ideología, está el hecho que el nazismo se ve extremado. Si ya de por sí el nazismo es sinónimo de mal, extremar sus características nos lleva directamente a pensar en un mal absoluto, el que encarna Red Skull, cuya crueldad, ambición y fealdad es aún mayor que la de Hitler y sus tropas, a quién de hecho se impone. Hay una marcada intención de llevar el asunto un poco más allá de Norteamérica contra los nazis, de mover todo hacia un lado más arquetípico, y en gran medida eso está logrado.
Otro punto se mueve también en esta dirección es que el científico responsable de transformar con sus investigaciones a Steve Rogers en un superhéroe no es estadounidense y es el único que sabe cuál es el verdadero enemigo al que hay que derrotar (Red Skull). Es este hombre quien elige por su cuenta a Rogers: sabe que es el único con valores particulares para enfrentar a ese mal absoluto. Y Rogers podrá derrotarlo no sólo por los poderes adquiridos, sino por sus valores heroicos.
Tanto Red Skull como Capitán América han aumentado, agrandado, sus cualidades. Pero paradójicamente, o no, ese agrandamiento también los ha dejados más expuesto en sus esencias, que se verán enfrentadas. Ese enfrentamiento, y ningún otro, es el centro de la película.
Sin embargo, como le ha pasado siempre al personajes de los comics, y como decíamos al comienzo, las dudas, o la ambigüedad, siempre estarán rondando. Los colores, ciertas simbologías (como el famoso escudo del Capitán) son muy fuertes, y la propaganda siempre parece a florar, incluso y tal vez, a pesar de los hacedores de la historia. Eso es el Capitán América.
Sin embargo, parece decirnos la película, el verdadero héroe tiene un único nombre: Steve Rogers.