MIEL PARA LOS OJOS
Las sociedades, tanto en Occidente como en Oriente, han generado a través de las épocas algunos espacios públicos en donde lo privado -entendiendo “privado” como lo íntimo y personal- encuentra además de un sitio en donde desplegarse, una red social que lo amortigua y lo contiene. Las diferencias sexuales entre hombres y mujeres delimitan siempre el ámbito de cada uno/a, pues es precisamente allí en donde se “desnudan” entre pares cuestiones que hacen a la interacción y al deseo con y por el “Otro”. En muchas sociedades, los saunas o baños turcos, los vestuarios, y los salones de juego, son algunos típicos lugares de encuentro entre hombres; las casas de té, las peluquerías o los salones de belleza, en cambio, suelen ser los escenarios en donde se sueltan las intimidades femeninas.
Nadine Labaki, la joven directora, guionista y actriz principal de Caramel, eligió las paredes de una peluquería de barrio de la ciudad de Beirut para poner a dialogar a un grupo de mujeres de distintas edades, religiones y estratos sociales, y exponer las tensiones que se libran tanto en el interior de ellas mismas como en el tejido social al que pertenecen. El Líbano es un país en el que conviven dos religiones (la musulmana y la cristiana), varias etnias (árabes, griegos, romanos, arameos, etc) y dos idiomas (árabe y francés). La interacción de este conjunto tan heterogéneo de seres y costumbres es permeable no sólo a un análisis sociológico, sino también a la mirada lúcida y simple de una artista capaz de escabullirse entre los pliegues de esa realidad compleja para brindarnos a los espectadores un auténtico, sutil y fiel retrato de la misma. Es así como Labaki, más interesada en delinear matices que en teorizar sobre antinomias, nos sumerge en este salón en donde se cruzan las vidas de cinco mujeres. Layal, la propietaria del local, y el personaje que Labaki se reserva para interpretar ella misma, es una mujer de treinta y pico de años, que aún convive con sus padres (tal como lo hacen todas las mujeres libanesas que no han contraído matrimonio) y que mantiene una relación afectiva con un hombre casado; Nisrim es una joven musulmana a punto de contraer matrimonio con un muchacho a quien no se anima a confesarle que ha perdido su virginidad; Yamal es una madre de dos hijos divorciada y representa a esas mujeres que empiezan a dar zancadas en una inútil carrera contra el tiempo, a diferencia de Rose, a quien éste parece haberla alcanzado a costa de su propia resignación; y Rima, una mujer que se anima a hacerle frente -aunque con discreción y algo de timidez- a su propia condición sexual.
Todas ellas, además de reflejar ciertas problemáticas universales que hacen a las relaciones con los hombres, con los hijos, con el cuerpo, con el sexo, con el matrimonio, con el trabajo, con la religión, etc, evidencian también de una manera u otra una tirantez entre el modelo de mujer de la idiosincrasia oriental en la que están insertas y el que reciben de Occidente a través del consumo de bienes y de cultura.
En esa búsqueda de una identidad definida, la construcción de la imagen -la que se talla a fuerza de depilación, brushing, manicure y ruleros- cobra vital importancia por la posibilidad que brinda de transformar semblantes. La directora de Caramel lo sabe y lo demuestra al dejar al descubierto el interior de estos personajes a través de acciones que exponen algo de la intimidad y el pudor, y que funcionan como reveladoras de paisajes internos.
Como no podía ser de otra manera en una película que se propone atravesar la piel de lo racional e ir en busca de lo sensible, Labaki se sirve de los elementos cinematográficos más atractivos para crear un clima de gran sensualidad. Una cuidada iluminación tiñe las escenas con un suave color miel, una música exuberante funde los tonos de Oriente y Occidente, y la cámara se desplaza por entre los personajes con el sincero respeto que se le debe a quien no pone reparos en exponerse sin máscaras.
Si bien es cierto que Caramel es un film que hace foco sobre personajes femeninos, ello no la convierte en una “película para mujeres”, como algunos críticos la han clasificado. Ese mote, dicho con no poco desdén y menosprecio, es la consecuencia de una visión bastante miope, es desconocer por completo que tanto hombres como mujeres estamos socialmente imbricados, y que los pareceres, los sentimientos, las ideas, las acciones, las libertades y acaso también las limitaciones de unas y de otros no son más que el resultado de una interacción mutua. Layal, Rima, Nisrim y tantas otras mujeres libanesas, argentinas, musulmanas, judías, blancas o negras son la contra cara de sus hermanos, padres, hijos, novios, maridos o amantes, y viceversa.
Sería un gesto de nobleza reconocer que a veces -y esto es en definitiva lo que termina por otorgar algo de deleite a la vida- deseamos con avidez y curiosidad pararnos a hurtadillas junto a la puerta de ese espacio privativo del “Otro”, apoyar el oído o el ojo a través del resquicio y espiar los secretos ajenos.
Nadine Labaki, en Caramel, nos invita a mirar y a oír sin culpa.