CRUCE DE CAMINOS
Carancho es la sexta película de Pablo Trapero, director argentino cuyo debut en el largometraje data de 1999, cuando se dio a conocer su ópera prima: Mundo grúa. Trapero formó parte de una generación que a mediados de los 90 renovó el plantel de directores argentinos y en mayor o menor medida trajo novedades a toda la cinematografía local. Cada uno de los directores de esta generación tuvo sus propias características y hoy es imposible agruparlos a todos con un nombre, más allá de las modas o los estudios que precisan de esos encasillamientos para poder justificarse a sí mismos. Trapero eligió desde el comienzo un espacio en donde desarrollar la mayoría de sus historias el conurbano bonaerense y una estética que fue depurando film tras film. Dicha estética, que algunos asociaron con formas neorrealistas en Mundo grúa, plantea un marco realista para sus films, que le permiten generar un estilo que, sin llegar a ser naturalista, respira una autenticidad muy particular. Alguien podría discutir el realismo de El bonaerense o de Leonera, pero dudo que se le pueda discutir a ambos films su autenticidad. Los universos de Trapero son justamente eso: espacios auténticos, verdaderos, personales sí, pero siempre anclados en una iconografía y una estética que comprometen al espectador mucho más. Cuando uno entra en el universo del cine de Trapero siente que está realmente adentro.
Pablo Trapero nunca se había internado de lleno en un género cinematográfico. Sus films se mantenían fuera de este marco genérico y de cualquiera de sus características. En Carancho esto cambia, porque la película se sumerge, indiscutiblemente, dentro del policial negro. Al tomar esta decisión, el director asume un alto riesgo, porque el policial negro, también conocido como film noir, es un género cinematográfico con reglas propias, con un estilo de pesadilla donde el tono se impone por sobre toda lógica. Pero también es cierto que los géneros cinematográficos no son dogmas, y puede hacerse con ellos infinitos cambios y combinaciones. Esto es lo que ocurre en Carancho, un film donde el personal cine del realizador se combina con el género, cediendo cada parte algo en los momentos adecuados. Si un cartel inicial nos ubica en un terreno casi de denuncia, es justamente eso lo que nos prepara para mezclar género y realismo, provocando en el espectador un doble compromiso con el film. Por un lado, la crudeza de las situaciones, la sordidez del ámbito donde los personajes se mueven generan tensión y angustia, pero mezclados con el suspenso y los códigos de género producen como siempre sucede en los géneros una mayor identificación con las situaciones. Si alguna vez el cine de Trapero tuvo la oportunidad de convertirse en masivo, es precisamente con este film por su indubitable pertenencia a un género. Lo interesante es que esto no lo obliga a renunciar a nada de lo que ha hecho hasta ahora, sino que acerca ese universo a un discurso más masivo.
Loa antihéroes del policial negro y los antihéroes del cine de Trapero se conjugan perfectamente en el dúo protagónico de la película. Y la red corrupta y decadente del género encaja al milímetro con el retrato del conurbano tan característico del director. Como quedó claramente demostrado en El bonaerense, Trapero más que enfatizar la denuncia describe como ningún otro director el funcionamiento marginal de la provincia de Buenos Aires, donde un sinfín de funcionamientos ilegales y fuera de toda regla es moneda corriente. Finalmente, la soledad de los personajes, otra característica de su cine cuya única excepción es la protagonista de Leonera con su hijo posee la novedad de una fuerte pareja protagónica. Una pareja con interés romántico es también una cualidad del cine de género y produce todavía más atención por parte del espectador. Y también el género es lo que permite el notable aislamiento que tienen los personajes, habitantes literalmente solitarios en el mundo de Carancho. La tensión entre el cine de autor y el cine de género que no son fuerzas en tensión en el cine industrial, pero sí aquí produce también la ambigüedad en el desarrollo de la historia y golpea en el desenlace del film. La balanza se inclina por un formato más moderno, más alejado del género. Esto lleva al film a una situación extrema. Por un lado arriesga todo la empatía conseguida en su trabajo dentro del film noir y por el otro sostiene finalmente la identidad autoral que tiene mejor recepción entre críticos y festivales. Pero no se trata de que el director esté especulando con esto, ya que los finales ambiguos son algo constante en su cine. Lo raro es que el final aquí no tiene ninguna ambigüedad, más bien lo contrario y el cierre parece no querer se ambiguo, sino recalcar la no pertenencia al cine de género. No es particularmente grave, aunque produce una sensación de distancia en el espectador, justamente todo lo contrario a lo que se producía en Leonera, donde toda la tensión tenía al final un remate realmente abierto, aunque esperanzador. No es el film noir el más optimista de los géneros así que cuando la historia termina y se sobrelleva el remate, comienza a fortalecerse la potencia de la película que acabamos de ver. En un mundo de pesadilla, filmado con convicción y autenticidad, Pablo Trapero ha realizado un inolvidable policial negro ambientado en el conurbano bonaerense.