Hay muchas películas cuyo centro es el atletismo. Algunas de ellas nos regalan una imagen para siempre. En el film ganador del Oscar Carrozas de fuego (Chariots of Fire, Reino Unido, 1981) hay una escena que está casi al comienzo y se repite al final del film y que sin duda está en lo más alto del podio runner del cine. Los miembros del equipo Olímpico británico corren todos juntos por la playa. No es una imagen vinculada directamente con la trama, sino más bien una escena que metaforiza el placer de correr. Descalzos, mojándose los pies en el mar, corren felices y juntos. Para los corredores de distancias largas (los protagonistas del films son de distancias cortas) esta es la imagen misma de la felicidad que todos los fines de semana enfrentan al hacer un fondo. La música de Vangelis acompaña el momento que se vuelve la síntesis perfecta del paraíso del corredor. Este es el momento más famoso del film, pero como ya he dicho, está fuera de la cronología de la trama principal. Es difícil incluso imaginar que ese pudiera ser el entrenamiento de esos atletas para la disciplina en la que participaban. La historia que cuenta Carrozas de fuego es real y salvo algunas licencias poéticas u omisiones, cuenta con bastante lealtad los hechos ocurridos que la inspiraron. La película empieza en 1978, cuando dos de los sobrevivientes de la historia, Aubrey Montague (Nicholas Farrell) y Lord Andrew Lindsay (Nigel Havers), concurren al funeral de Harold Abrahams (Ben Cross). A partir de allí surgen los recuerdos de la historia previa a los JJOO de Paris 1924 y la vida de estos tres corredores y Eric Lidell (Ian Charleson), quien junto con Abrahams será el gran protagonista del relato. La película altera algunos eventos reales para darle más dramatismo a la lucha por las medallas de estos dos grandes atletas, así como una serie de conflictos personales que estos tienen. Para el corredor, la película tiene muchos elementos interesantes. La pasión por correr, la entrega y el sacrificio de los corredores, y las luchas que ellos tienen frente a sus parejas y familias. El corredor amateur se identifica con estos conflictos y otros, muy cercanos al mundo del running. Se ve el dolor y la frustración cuando las cosas no salen como se las planea y también la relación entre el atleta y su entrenador. La emoción en los momentos decisivos está también presente, mucho más para los allegados al deporte aunque no se trate de un film que apele exageradamente a los sentimientos. Como dato curioso hay que destacar que con motivo de los JJOO de Londres el film recobró interés y fama. Rowan Atkinson (Mr. Bean) la parodió en la apertura de los Juegos del 2012 y una versión teatral se estrenó en Londres ese mismo año. La obra era más un homenaje a los deportistas británicos que una obra a la altura del film que la inspiraba. Con indudable habilidad, la puesta en escena permitía un espacio para correr e incluso –esto es realmente maravilloso- un escenario central giratorio que permitía crear la sensación de cámara lenta de la escenas más famosa del film. Incluso la famosa escena del salto sobre las vallas con una copa de champagne sobre la misma aparece en la obra. La obra se estrenó en junio del 2012 y no tuvo gran éxito. Sin duda alguna su principal función era más la de festejar el espíritu olímpico. Bajó de cartel una vez pasada la euforia de ese año. Allí también, eso sí, aparecía la música de Vangelis, inevitable al evocar la película. Volviendo al film, queda claro que para el corredor, la película será también fascinante para ver calzados, ropa deportiva y todo el contexto en el cual corrían los corredores. Así como también lo humilde y pequeño que podían ser comparativamente los JJOO en aquellos años. Por todo esto, Carrozas de fuego entra en la lista de films imprescindibles para cualquier corredor, que sabrá identificarse con muchos de los grandes momentos de la película y en particular la famosa escena de la playa