Cats (2019) es una película con destino de culto. Las películas masivas hoy en día no se arriesgan lo suficiente como para generar desastres memorables. Renuncian por el mismo motivo a la obra maestra pero en su medianía evitan papelones obvios. Claro que hay diferentes gustos y apreciaciones, pero cuando el público y la crítica destrozan sin piedad un film de manera casi unánime, entonces es porque algo se salió de la línea, rompió el sistema, o simplemente es un desastre fuera de control. Esos críticos cada vez menos entrenados, propensos a elogiar todo se sumaron a esos espectadores que festejan porquerías solo porque pertenecen a su universo cultural. Sí, la primera sospecha es que se podría tratar de una película extraordinaria. Y en el sentido adverso lo es. Es como cuando uno se pierde en una ruta. Hoy por hoy si uno se pierde, hay muchas maneras de darse cuenta y retomar el camino. Pero Cats se pierde tanto, se van tan lejos, que no parece que nadie les haya avisado que se estaban equivocando de ruta.
Pedro Almodóvar, Douglas Sirk, John Waters, todos dirían que el arte está más cerca de la basura y la locura que de la prolijidad y la medianía. Pero lo mismo podría decir Ed Wood, así que no nos equivoquemos, Cats parece mala y es mala. Es la clase de película mala que vale la pena comentar, que causa gracia al recordar y que asombra por la manera en que se desbarranca. Si vas a caer, que sea de forma memorable. Y así cae Cats, se derrumba con una contundencia que es una fiesta. Recordarlo es una fiesta, ver la película es otra cosa.
La catástrofe Cats no empieza con el film. Cats, el musical de teatro, es una perfecta abominación, un error histórico que arrastra a gente a las salas sin que puedan darse cuenta a tiempo de lo que van a ver. Se trata de un musical compuesto por el legendario Andrew Lloyd Webber a partir de la colección de poemas Old Possum’s Book of Practical Cats de T. S. Eliot. Como ocurrió con otros musicales horribles de Webber, el cine se fascinó y lo llevó la pantalla. Hasta ahora no hubo uno solo que valga la pena ver. Cats es de 1981 y aún sigue en cartel. Un misterio que nadie podrá explicar jamás. Pero su aporte a la cultura musical es la canción Memory, un estándar que ha tenido cientos de versiones por todo el mundo. Aconsejo escuchar la canción en una buena versión y olvidar todo lo demás.
Victoria, una joven gata blanca, es abandonada en las calles de Londres por su dueño en medio de la noche. Los gatos callejeros que observan esto se presentan a ella como los “jellycles” o “jellycats”. Le cuenta del evento más importante del año: el Jellicle Ball, una ceremonia anual donde los gatos compiten por la oportunidad de ir al Heaviside y recibir una nueva vida. Con ese punto de partida se suceden una serie de números musicales con diferentes gatos que cuentan historias, hacen tonterías y nos aburren a todo en un guión sin sentido, sin crecimiento, sin interés alguno. En el musical es aburrido, en la película produce vergüenza ajena a razón de cien veces por minuto. Esos trajes en el teatro son un papelón, la resolución con efectos especiales de la película es una invitación a tener pesadillas unos años.
Al fracaso de taquilla y crítica se le suma que el estudio dijo que la versión de que se estrenó tenía algunos defectos en los efectos y que un par de días después se irían cambiando las copias por otras. Algo insólito que le suma a la mitología de este film pero es parte del bochorno. Los humanos mutados a gatos vía efectos especiales van entre lo patético y lo inquietante, tan grosero es todo que tiene originalidad en su locura. Pero cada número es peor que el anterior, más allá del esfuerzo de algunos actores dentro de un elenco descomunal. Un número musical con cucarachas dan ganas de quererla a Cats, pero otra vez se empantana en el aburrimiento. También viene el nombre de Ken Russell, el rey de los musicales lisérgicos. Pero una vez más, no es un salto completo al vacío, es un tropezón hacia el abismo, que no es lo mismo. El director Tom Hooper había obtenido cierto respeto por El discurso del rey (ganadora del Oscar, insólitamente) y Los miserables, otra adaptación de un éxito musical que también era un bochorno y que merecía tanto maltrato como el que está recibiendo Cats.
El único momento rescatable de la película Cats es el número de Taylor Swift, tal vez la persona con más dominio del videoclip y con un número más razonable que el resto de los papelones a repetición que atraviesan esta película que dentro de veinte años se seguirá pasando en trasnoches y en funciones sing along. En un cine donde nadie quiere equivocarse y por lo tanto nadie hace algo interesante, alguien se equivocó muy fuerte y merece más atención que la mediocridad generalizada. Lástima que sea tan mala y que a la única canción razonable, Memory, también la arruinan.