Cuando en 1950 el maestro Luis Buñuel estrenó Los olvidados armó una polémica gigante por mostrar de manera cruda la marginalidad en México. Sin saberlo, Buñuel dio el puntapié inicial de un nuevo cine social en Latinoamérica que ha dado grandes películas y un sinfín de film mediocres adorados por los festivales de cine europeos, tan afectos a ver las miserias del tercer mundo. Pero lo que Buñuel hizo, y casi nadie puso ni por asomo imitar, fue su estilo personal de cineasta, su identidad de autor incomparable.
Estamos en el 2020 y los rastros de Los olvidados siguen apareciendo en el cine. No es tan raro tampoco, la miseria y la marginalidad de niños y adolescentes sigue estando presente en el continente. Pero de un tiempo a esta parte aparecieron otros jugadores en el mapa, como es el mexicano Alejandro González Iñarritu y su film Amores perros. En ese film se lucía Gael García Bernal, un actor que tuvo una gran carrera, volviéndose uno de los rostros más famosos de Latinoamérica en el cine mundial. Y es él, justamente, el director de Chicuarotes, una nueva historia de los adolescentes que intentan sobrevivir en un mundo violento de pobreza y marginalidad.
La escena inicial muestra a los dos jóvenes actuando como payasos en un transporte de pasajeros. Cuando nadie les da nada, los asaltan. Un poco de humor, tal vez el mejor momento del film, y un comentario social tal vez un tanto simplista e irresponsable, pero aun así, una idea cinematográfica que parece armar una película interesante. Pero de Buñuel queda poco y de Iñarritu demasiado. Lo que viene después es sórdido, por momentos inútilmente cruel, y no hay novedades con respecto al cine social o de denuncia.
Los actores cumplen con su trabajo, en eso García Bernal sin duda aprovechó su experiencia actoral. Pero la sordidez por la sordidez misma no es buena guía para el cine. Resulta agotadora y rutinaria en ese aspecto. Una película más a la lista de cine de denuncia social sin rasgos personales de autor o estilo.