CARA A CARA
Treinta años después de haber matado a un joven católico a partir de motivaciones políticas, el asesino y el hermano de la víctima se reúnen frente a las cámaras para una reconciliación. Alistair Sinclair (Liam Neeson, cada vez más sólido como actor), el culpable del crimen, tenía dieciséis años cuando disparó el arma que acabó con la vida del hermano de Joe Griffin (James Nesbitt, también brillante), quien por entonces tenía tan sólo once años. Dos hombres adultos, uno marcado por la culpa y el arrepentimiento, el otro, obsesionado con la venganza, aunque también por la culpa frente al reproche de su propia madre. Si bien el film se centra en el drama humano de dos hombres y no busca hacer una reflexión inequívoca sobre la sociedad en su conjunto, hay que decir que el director Oliver Hirschbiegel elige la conflictiva década del setenta en Irlanda del Norte para narrar esta historia sobre el perdón y la reconciliación. Polémico como siempre, Hirschbiegel había sido el responsable de La caída, el film sobre los últimos días de Hitler que generó una revuelo gigantesco al mostrar el lado humano del genocida. Claro que Alistair Sinclair no es un genocida, es un joven que en una época convulsionada tomó una decisión que le pesó toda su vida. Su vida como adulto está todavía marcada por este acto criminal. Aun así, difícilmente los espectadores no sientan la necesidad de reflexionar acerca de estos temas y otros. Detrás de las dos maravillosas actuaciones de los protagonistas y de un gran oficio por parte del director y el guionista, no deja nunca de haber un tema aun sin cerrar, un tema que seguramente tendrá ejemplos en todos los países y en todas las épocas. Una cosa queda claro: una vez que la justicia ha actuado o no, una vez que la historia ha también juzgado los actos humanos, siempre quedará un espacio extra vinculado con los dilemas interiores de las personas. Será difícil, en particular para Argentina, ver esta película sin asociarla a nuestra propia realidad y a nuestras heridas abiertas en el pasado lejano y reciente. Por eso Hirschbiegel esta vez en lugar de tomar un personaje histórico prefiere mantener en primera persona el conflicto, para que la lectura política no pierda finalmente la lectura humana.