Series

Cromañón

De: Fabiana Tiscornia y Marialy Rivas

La miniserie Cromañón cuenta en 8 episodios los hechos ocurridos el 30 de diciembre del 2004 en el establecimiento República de Cromañón en el marco de un recital del grupo Callejeros. Lo ocurrido esa noche, un incendio que dejó 194 víctimas fatales y miles de heridos, fue conocido a partir de ese momento como la Tragedia de Cromañón o la Masacre de Cromañón. La serie anticipa ese desenlace espantoso en los primeros minutos del episodio inicial pero elige contar la historia desde una noticia posterior, la del suicidio de uno de los sobrevivientes, ocurrida cuatro años después. Malena (Olivia Nuss) otra sobreviviente, descubre en las noticias que el joven que se ha quitado la vida fue el que la salvó de morir en la noche del incendio. Eso la lleva a volver a reencontrarse con ese pasado y toda la serie son flashbacks mientras se sigue el presente de la que será la protagonista central de Cromañón.

Aunque aclara al comienzo de cada episodio que la serie se basa en hechos reales, también deja en claro que se han inventado cosas con fines artísticos. Cuántas son esas cosas, siempre será difícil de establecer con precisión, pero por la forma esquemática y clásica con la que se narra todo, está bien claro que se ha buscado hacer una miniserie de consumo sencillo desde lo formal, más allá de la dureza que el tema, y lo todavía doloroso que este es. Para los que estén involucrados directamente, la apreciación de lo artístico será irrelevante y al ser un hecho relativamente cercano, las reacciones y los reclamos serán viscerales y sin contemplaciones. Nadie quedará del todo conforme nunca, pero no es obligación de la ficción complacer a todos, más bien lo contrario, incluso en producciones como esta que busca arriesgar lo mínimo. La miniserie está dedicada a las víctimas y los sobrevivientes y muchos han colaborado dando testimonios, pero no todos, por supuesto. Ese costado no tiene porque interesarle al espectador, lo mismo ocurre con cualquier ficción.

Con respecto a los ocho episodios, los primeros cuatro buscan que entendamos y nos identifiquemos con los protagonistas. Esos cuatro episodios no logran eso ni por asomo y son más bien un lento proceso para llegar al clímax de la miniserie. Se necesitan para que conozcamos a cada personaje, pero poco logran más allá de dar información. Los actores secundarios -los más famosos- tampoco aportan nada en ese comienzo. Pero llega, claro, el episodio cinco, que es el del recital y el incendio y todo cambia. Se abre automáticamente el debate clásico acerca de cómo retratar el horror. ¿Se debe ser pudoroso o gráfico? No hay una respuesta definitiva porque a lo largo de la historia de la televisión y el cine, ambas opciones tienen grandes ejemplos. Aunque lo más elegante es ser pudoroso y también se podría decir que es lo más ético, muchos pueden tener miedo a que dicho pudor sea confundido con esconder la verdad. Acá la decisión es ser explícito en algunas cosas y pudoroso en otras, haciendo un retrato creíble y completo de la situación que se vivió. Con cierto esteticismo, lo que abre también la charla acerca de cuánto puede embellecerse un plano frente al horror. La emoción se prolonga en el episodio seis, que es el comienzo de la búsqueda de los familiares, primero de los sobrevivientes, luego de los fallecidos y finalmente el camino a tomar a partir de ese momento. Ahí, los actores famosos que forman parte del elenco, no todos muy buenos, justifican su presencia, porque pueden resolver el drama a través de sus rostros demostrando su oficio.

Lo que sigue son dos episodios más donde vuelve a apagarse el relato y donde se esbozan, con bastante timidez, los argumentos. Se sospecha una leve complicidad y admiración por el concepto del rock como fiesta que incluyen bengalas y aguante, pero también se presentan brevísimos argumentos contra esto. Sí queda claro que los encargados del show y los que aceptaron o dieron sobornos para que se haga en las condiciones criminales en las que se hizo, son culpables. Nadie puede imaginar el dolor de los familiares y de los sobrevivientes, tendrán ellos la última palabra con respecto a ese sufrimiento. Con respecto a la ficción, Cromañón recuerda al largometraje Tango feroz (1993) por su forma calculada para llegar al público al costo de ser demasiado suave estéticamente y demasiado obvio en sus ideas. Ganar dinero con tragedias no es una novedad y tampoco es un crimen, muchas obras maestras parten de tragedias o masacres, por lo que quedará en cada uno evaluar si además del objetivo comercial se la valora como un hecho artístico trascendente. En este caso las limitaciones son parte del proyecto, aunque este haya sido realizado con oficio.