Arturo (Gustavo Garzón) es un hombre de sesenta años a quien se le anuncia una enfermedad terminal. Esa angustia frente a la muerte lo llevará a buscar alguna respuesta o incluso la chance de encontrar una cura a partir de un elemento mágico irrumpe en su vida. También revisa todo lo que ha hecho, tanto en su vida familiar como laboral. La relación con su esposa (Noemí Frenkel) también recupera una comunicación que parecía perdida, lo mismo con su hijo. Este proceso de redescubrimiento es el centro de una película de una solemnidad aplastante, pero también cargada de cursilería en cada una de las escenas. El costado filosófico mágico no funciona en ningún momento y la inexpresividad de Gustavo Garzón no colabora en nada. Noemí Frenkel le saca varios cuerpos de ventaja en lo actoral y el resto del elenco no deja huella alguna. Una película algo inexplicable, de las que quedan fuera del radar pero se estrenan todos los años en Argentina. Las citas a Fernando Pessoa y Olga Orozco no tienen ninguna razón de ser, aunque delatan algunas intenciones por parte del director, cosas que nunca se plasman en la pantalla. Lo mismo para la banda de sonido, pura solemnidad sin emoción. Ni una mala cita a Siempre (Always, 1989) le puede dar algo de gracia.