Pablo Nisenson es un director de una trayectoria que sin ser prolífica, lleva varias décadas. Los espíritus patrióticos (1989) y Ángel, la diva y yo (1999) son sus dos películas más conocidas, lo que por supuesto no debe ser motivo de orgullo, ya que son dos ejercicios más que fallidos. Una sátira política de cuarta y un Sunset Blvd digno de olvido. francamente malo. Ahora, con convicción pero sin rumbo, estrena Cuentos de la Tierra (2023), una película en blanco y negro que une cinco relatos entrelazados dentro de la comunidad mapuche. El proyecto llevó varios años y el equipo, así como la producción, incluye a los propios mapuches. Nisenson busca mezclar un registro documental de bellas imágenes del territorio argentino y chileno que los mapuches reclaman como propio y le agrega su impronta poética. Es decir que vuelve sobre aquello que trabaja desde el comienzo de su filmografía: ideas políticas adolescentes bastante elementales y lirismo aberrante en dosis no controladas. Acá los tres directores de fotografía de la película nos regalan bellas postales, pero luego se deben someter a la poesía cinematográfica del director, que al estar bien fotografiada expone más su puerilidad sin gracia. Claro que hay bajada de línea, porque es un largometraje político, además. Uno de los personajes le levanta el dedo del medio al monumento a Roca en Bariloche. El director creyó que ese movimiento de cámara con el dedo frente a nosotros y el monumento de fondo era algo que merecía ser registrado. Y esta gente dirige películas, aunque usted no lo crea. La solemnidad se apodera de cuanto espacio tiene y termina jugando como un gran largometraje para demostrar que los mapuches no merecen nada de lo que reclaman. El director dice que hay una campaña contra este pueblo, pero su película parece ser el mejor exponente de esto.