Peliculas

DAMAS EN GUERRA

De: Paul Feig

SITIOS DISTINTOS

Paul Feig, director más prolífico en televisión que en cine, nos ofrece un muy buen relato acerca del comportamiento humano ante situaciones límites de la vida. Sabemos por maestros de la filosofía, que esas situaciones se dan ante estados de tedio, alegría o muerte y le exigen a la persona que haga una apuesta, que abandone ese estado de vida inauténtico, que de un salto. Pero no se trata de cualquier salto: es un salto en el salto, un salto de fe, un salto en pos de algo o alguien; y allí, en ese “en” reside la autenticidad que impulsa y sostiene al sujeto. En el caso de Damas en guerra (2011) los protagonistas se encuentran en las dos primeras situaciones de estados inauténticos: tedio por parte de Annie (Kristen Wiig), las demás damas de honor y Rhodes (Chris O’Dowd); alegría Lillian (Maya Rudoph), la novia y mejor amiga de la protagonista.
El hastío de Annie abre la película, ella intenta una frase dulce para con su amante Ted (John Hamm) y él, no la registra, se suceden planos donde se los muestran teniendo sexo en donde de manera física y verbal están en lugares opuestos, distantes. Ted se mantiene ajeno a lo que ocurre con Annie, por otro lado ella permite que esté ocurriendo eso así que no es para demonizar ni victimizar a ninguno. Las líneas de diálogo y las actitudes de Annie, confirmadas en una puesta en escena donde es Ted el privilegiado, hacen que lleguen a doler sus intentos por agradar a su amante y su posterior “despacho” de la casa del sujeto.
Comenzamos a advertir los méritos de Feig para mostrar a una protagonista que terminará por sentir repugnancia de sí misma, de esa relación, de como sabotea posibilidades honestas con Rhodes, de sus celos para con la nueva amiga de su mejor amiga, de toda su vida que empezará a encaminarse –en un divertido y triste trayecto, no olvidemos que es una comedia- hacia un abismo que le reclamará un cambio, un salto.
Las demás damas de honor también transitan ámbitos tediosos. Todas aparentan una vida que no es y que de alguna manera les exige otra cosa que sea genuina. Quizá la menos inauténtica sea Megan (Melisa McCarthy), que es quien le hace ver a Annie esa necesidad de vivir de otra manera, pero justamente en esa escena le relata a su nueva amiga el salto que tuvo que dar ella para convertirse en una adulta plena.
El caso de Rhodes es el más lineal, es a quien menos le cuesta avanzar, quien acepta sin vueltas la interpelación de una mujer como Annie, y apuesta con una adorable modestia a demostrar lo que siente por ella.
Llegamos así a Lillian quien es la única que vive un momento alegre –su propuesta de matrimonio, preparativos y boda-. Ella también deberá abandonar ciertos comportamientos que no son realmente lo que parecen, que la alejan de la verdad, y que le demuestran que debe seguir adelante pero en otra dirección, de lo contrario esa alegría, ese “sí” se verá amenazado.
Aquí están los personajes, todos en diversos puntos, pero ante una misma situación de vida. Este es el gran mérito de la película, el contar algo inherente a todas las personas, esta apuesta y el camino hacia ella y en ella. Y sobre todo la honestidad de verse ante ese abismo de fracaso y tener la valentía de saltar, la confianza en que habrá una Providencia que sostendrá ese paso que nos atrevimos a dar.