Sharon y Katie son invitadas por un misterioso personaje con una máscara a una función de cine en el Metropol, una sala antigua en Berlín Occidental. Al llegar hay un grupo ecléctico de personas que asisten a la misma función, incluyendo, por ejemplo, un hombre ciego con su guía. Sharon y Katie empiezan a charlar con dos jóvenes antes de la función. Cuando la película empieza, se trata de un extraño film de terror donde cuatro jóvenes descubren un libro y una máscara igual a una que había en el vestíbulo de la sala. Poco a poco un extraño fenómeno empieza a ocurrir entre los espectadores y se desata una masacre zombie.
Lamberto Bava, hijo del pionero del Giallo Mario Bava, siempre dijo que este era su película favorita de todas las que había dirigido. Se trata, sin duda, de un film demencial, plagado de ideas que compiten entre sí por el primer premio al disparate absoluto. No es prudente ni tímida la película. Se suceden muerte violentas de todo tipo y los efectos de esta especie de contagio no tienen lógica alguna. Cualquier cosa puede pasar aquí. Hay, claro, humor, aunque no siempre es intencional. Quien no esté acostumbrado a esta clase de cine puede quedar muy impresionado, pero los seguidores del cine terror europeo tienen aquí un festín incoherente pero divertido. El respaldo del film viene por el lado de Dario Argento, guionista y productor de esta locura.
De la mitad del film hacia el final, nada puede resultar inesperado. Toda clase de situaciones son bienvenidas, porque la película ya cruzó cualquier barrera del pudor o el sentido común. Se puede andar en moto por encima de las butacas y nadie se verá ofendido si aparece un helicóptero dentro del cine. No es tan prolija como los films que hacía el padre del realizador y es cierto que necesita demasiada complicidad de los espectadores para poder ser disfrutada completamente. Aun así, como registro del trabajo del director y una época del cine de terror, Demonios (1985) es casi una muestra perfecta de las cosas que llegaron a hacerse en el cine y que los espectadores éramos capaces de ver pagando una entrada en una sala gigantesca, en la oscuridad de una clase de cines que ya no existen.