A mi amigo Gerardo, que amaba esta película
Martin Scorsese entró en la década del ochenta por la puerta grande. Toro salvaje (Raging Bull, 1980) fue considerada unánimemente una obra maestra dentro de su obra y lo recuperó de los dolores de cabeza de New York, New York (1977). Inmediatamente después dirigió uno de sus títulos más sofisticados y hoy más valorados, El rey de la comedia (The King of Comedy, 1982) con Robert De Niro y Jerry Lewis. Pero el fracaso de esta película lo puso nuevamente en situación de alarma. Las complicaciones para realizar La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988) le hicieron pensar a Scorsese que debería hacer algún otro film en el medio antes de finalmente realizar esa película. Finalmente fueron dos los largometrajes, pero el primero de ellos, Después de hora (After Hours, 1985) le traería más alegrías y satisfacciones de lo que hubiera imaginado.
Después de hora es hoy una película con un aura especial. Se la llama automáticamente film de culto y también es una bandera del cine independiente. En 1985 la generación que había cambiado Hollywood en la década del setenta debía reinventarse o quedar al costado del camino. Scorsese logró hacer una década de películas cuya calidad y valor no tienen discusión, por eso no es sorprendente que haya asumido los riesgos estéticos de Después de hora en esos años. Aun así, esta película se volvió un título muy querido, posiblemente por ser tan pequeña dentro de la filmografía de alguien que tiene películas generalmente gigantes.
Paul Hackett (Griffin Dunne) es un empleado de una gran empresa, un oficinista entre muchos, como lo muestra la escena inicial. Ya hace tiempo que trabaja allí y le explica a alguien nuevo como hacer el trabajo. Mientras el novato le dice que no quiere permanecer para siempre allí, Hackett observa los escritorios de aquellos que ya han hecho de su lugar de trabajo un hogar, exponiendo que se quedarán allí definitivamente. Esa angustia y ese temor a la monotonía lo llevarán a vivir una noche alocada cuando se deje arrastrar por los encuentros casuales con desconocidos. El departamento de Paul es tan aburrido como su trabajo, por lo que, libro en mano, sale a comer afuera y acepta la invitación de una desconocida llamada Marcy (Rossana Arquette) a que la vaya a ver a su loft en el Soho. Desde el momento en el cual se toma el taxi, las señales ominosas dejan de ser sutiles y anuncian un descenso al infierno que durará toda una noche.
Scorsese establece que esta pesadilla kafkiana -que incluye citas de Ante la ley, incluso- será una comedia, por lo que decide auto parodiarse mostrando un taxista alocado que provoca que Paul pierda su único billete, aquel que le permitiría salir de allí. El billete de salida será el primero de muchos símbolos presentes en la odisea del personaje. Pero los interpretemos o no, en cualquier caso siempre son funcionales a la trama, incluso como recurso cómico. Paul inicia en esa noche en el Soho un recorrido que es en parte Kafka, en parte Dante, en parte Hitchcock, pero en todos los casos siempre es divertido. Tal vez el mayor elogio que merece la película es justamente su condición de relato feroz, intenso y siempre sorprendente.
Esa enorme puerta dorada que marca el final de la jornada laboral y el comienzo de la siguiente parece tener un peso gigantesco. Paul es el último en irse y el primero en llegar. Parecen, sin exagerar, las puertas del Paraíso, pero sin embargo lo que está adentro es la rutina. La rutina y la seguridad, ya que cuando Paul logra volver a cruzarlas está finalmente a salvo. Tantas vueltas dio el guión hasta su forma final que ese formato circular sea el más sólido, sin importar las interpretaciones. Todo sirve para analizar, incluyendo el hecho, bastante raro, de las dos obras de arte que se hacen dentro de la trama, la segunda convertida en única salvación del desesperado protagonista. Es divertido imaginar que el director, enloquecido por otro proyecto que no pudo concretar, se vea rescatado por este relato intenso y delirante.
Paul inicia su camino cuando una joven descubre que él está leyendo Trópico de cáncer de Henry Miller, pero sus aventuras sexuales nunca se verán concretadas como las que lee en la ficción y de hecho vive más en peligro que otra cosa. Recién la mujer mayor que él logra darle paz, las demás representan una posible amenaza, como el grafiti del tiburón mordiendo el pene de un hombre que Paul observa en el baño. También la homosexualidad se hace presente, interactuando también en muchos momentos con la trama. La pareja de vecinos que lo confunden con un ladrón, los dos hombres que se besan en la barra del bar, el hombre que acepta llevar a Paul creyendo que le está pidiendo tener sexo con él.
Cualquier viaje con regreso al hogar remitirá de forma inevitable a La odisea pero la cinefilia de Scorsese lo hace sentir más a gusto con El mago de Oz (1939). No hay lugar como el hogar era la frase que cerraba las ideas de aquella película, aunque el hogar fuera en sepia y no pasaran grandes cosas. No hay nada como el regreso a la rutina, parece decir Después de hora, el espacio donde dejamos de correr peligro. Para peligros y aventuras, tenemos el cine, al menos eso se desprende de la obra de Martin Scorsese. Después de hora le permitió ganar el premio a mejor director en el Festival de Cannes y también en los Independent Spirit Awards, donde la película se llevó también el galardón más importante. Para cerrar con una nota de humor, siempre hay que recordar el título con el cual se estrenó en España: ¡Jo, qué noche! Nada más que agregar.