Una mujer joven desaparece de repente, dejando a su familia totalmente desolada. Un tiempo después, su marido escucha noticias de que han encontrado su cuerpo fallecido en Argentina. La película Desterro busca mostrar los vacíos, la angustia, la ausencia. No es tarea fácil, pero muchos grandes cineastas lo han logrado. En este caso no pasa, porque la directora se pierde en sus propios planos de los que parece enamorada, la película es solo una anécdota, lo que importa es que se note lo inteligente que es al filmar.
Desterro, coproducción entre Brasil y Argentina, es uno de esos films de consumo interno dentro de una comunidad en la que todos se palmean la espalda mutuamente y se festejan su condición de artistas sofisticados y valiosos. Un cine sin público, un cine autoindulgente, bastante pretencioso, completamente aburrido, funcional a la tesis de la realizadora, pero que utiliza el cine para otros fines. No gusta del cine, no se interesa por la narrativa, solo se regodea en su condición de película rara. A cierta edad, salvo que uno tenga intereses creados, esta clase de títulos son tolerados si el que los hace es un genio, pero este no es el caso.
Como dato curioso hay que mencionar que la película tiene un cartel agradeciendo las políticas culturales de Brasil entre el 2003 y el 2016. Además de lo triste que es poner un cartel así, recordemos que es una coproducción con Argentina y que se completó en el 2020. Pero la demagogia ombliguista mencionada es así. Si gracias a esas políticas culturales se hacen películas así, entonces es hora de revisar esas políticas, porque no parecen muy preocupadas por la calidad.