La casa Hammer es el nombre con el que se conoce a los estudios de cine Hammer, nacidos en Gran Bretaña y a los que los cinéfilos asocian desde siempre con el cine de terror. Si bien la historia de este estudio no empezó con el terror, una serie de films lo fueron acercando hasta que en 1957 con La maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein) Hammer Film Productions cambió su destino para siempre. Al éxito de ese clásico le seguiría Drácula (1958) donde el estudio repetiría al director de su versión de Frankenstein, Terence Fisher, y sus dos protagonistas, Peter Cushing y Christopher Lee. Con un presupuesto reducido y sin mayores ambiciones, Hammer logró un segundo clásico de todos los tiempos, tal vez el más famoso de todo el estudio en lo que al cine de terror respecta.
Hammer retomó todos los clásicos del terror gótico que el estudio Universal realizó en la década del treinta. Aunque jamás logró convertir a sus personajes en imágenes tan icónicas como en su momento lograron ser Bela Lugosi y Boris Karloff, interpretando a Drácula y la criatura de Frankenstein respectivamente, consiguieron entrar en la historia grande del cine junto con sus dos actores principales, el dúo Cushing-Lee. La fórmula de los treinta seguía vigente en la memoria, pero los films habían caído mucho hasta convertirse en parodias. Drácula había dejado de asustar y había pasado a correr a Abbott y Costello. Si en Estados Unidos era difícil rescatar al personaje, en Gran Bretaña parece que no lo era tanto.
¿Qué tiene el Drácula de 1958 de novedoso? Varias cosas. Para empezar, el color. Los decorados, el vestuario y la sangre ahora se ven en todo su esplendor. El presupuesto es muy bajo en comparación con film anteriores, pero el color es tan impactante que los hace ver como una novedad absoluta. La sangre roja impacta y aparece en mayor cantidad que en el pasado. Algunas escenas, en particular la muerte de Lucy con una estaca en el corazón, siguen siendo violentas e impactantes. El uso de la violencia es bastante exacto a lo largo de la película. Sin el abuso del género en los años siguientes, pero sin la versión lavada de la anteriores adaptaciones de Bram Stoker. Aumenta la sangre y aumenta el sexo. Desde el vestuario, que muestra más piel femenina, hasta el Conde Drácula, cuyo principal interés es su atractivo sexual animal. No es un viejo que rejuvenece ni un monstruo, es un aristócrata elegante cuya mayor potencia está en su atractivo sexual. Sangre y sexo significaron una versión adulta que hasta hace poco le costó verse en versiones completas sin cortes.
El presupuesto limitado hizo que la novela fuera respetada en algunos aspectos y cambiada en muchos otros. No hay viaje de Transilvania a Londres, todo transcurre en una zona de una Alemania imaginaria, en el año 1885, para el único transporte sean carros. También se reduce la cantidad de personajes, incluyendo a las tres novias de Drácula que pasa a ser una. No hay transformaciones del conde en vampiro, lobo, rata o niebla, ninguna de ellas. Todos los efectos especiales están destinados a la espectacular escena final. El guión es sintético y rápido. La película es muy breve y con un ritmo trepidante. Todo pasa de manera vertiginosa. El propio guionista del film sabía que si el espectador tenía tiempo de hacerse preguntas descubriría que nada tiene sentido. Pura narración cinematográfica. Brillante.
Si la película en su momento causó verdadero terror por su novedosa recreación del clásico, hay que reconocerle además que se guarda un espacio para el humor, con un inesperado pero efectivo gag donde una barrera es destruida dos veces, primero por Drácula y luego por Van Helsing, para asombro y enojo del guardabarrera. Si el estudio logró un éxito así fue mérito del director Terence Fisher pero también del dúo actoral de Peter Cushing y Christopher Lee. El Van Helsing de Cushing es enérgico, brillante, decidido, físico e intelectual. Le cambió la cara al personaje y le dio una fuerza que generalmente quedaba opacada por el vampiro. En la película aparecen el minuto veinticinco, es decir al final del primer tercio. Y Lee hace un Conde diferente también. Distinguido, alto, seductor, pero también terriblemente violento. Ni diez minutos de película aparece en total, pero le alcanza y le sobra. Pocos diálogos, para mantener el misterio y el miedo de los espectadores.
La casa Hammer siguió con todos los clásicos del cine de terror y géneros afines que pudo. Hubo muchas secuelas, también de Drácula. En Estados Unidos se estrenó como Horror of Drácula para no entrar en conflicto con la versión de Bela Lugosi y fue un éxito de taquilla enorme. La secuela de este film llegaría un poco tarde, sin embargo, en 1966: Drácula el príncipe de las tinieblas. Para entonces se habían adocenado un poco los films del estudio y Christopher Lee era más grande que el personaje. El actor interpretó a Drácula en todos los films imaginables y se convirtió en uno de los actores más prolíficos de la historia del cine. Drácula (1958) se convirtió en un clásico y directores como George Lucas, Tim Burton, Peter Jackson y muchos otros crecieron venerando estos films y a sus actores. La presencia de estos films en su cine es evidente y tiene muchos ejemplos. ¡Larga vida a la Casa Hammer!