Peliculas

DUPLICIDAD

De: Tony Gilroy

AQUEL VIEJO SENTIMIENTO

Frecuentemente se dice que en las primeras escenas de una buena película está contenida la vía de acceso a ella, que las “instrucciones de uso” o claves de lectura están condensadas y dispuestas al alcance del espectador atento desde el inicio. Este esquema, probablemente deudor de la época dorada del cine clásico americano, podría aplicarse a Duplicidad. Un plano abierto ubica la acción en la pista de un aeropuerto, un espacio despojado. Delante de dos gigantescos jets enfrentados vemos a una corte de gente con paraguas e impermeables que se reparte a cada uno de los costados del cuadro. La idea de dos grupos o equipos queda clara de un vistazo. Acto seguido, el uso del rallenti descompone los movimientos corporales de los líderes que encabezan ambos bandos y entonces lo que parecía ser un intercambio protocolar se descubre, muy lenta y precisamente, como una repartija de trompadas y empujones al mejor estilo “tres chiflados”. Este gesto de detención, que permite observar los detalles del enfrentamiento bestial de dos empresas cosméticas al mismo tiempo que sobresalta las expectativas del espectador, es el germen de la operación que articula a la película como totalidad.

Toda esta parafernalia, este inicio cómico, en donde Tom Wilkinson y Paul Giamatti se van a las manos, podría ser considerado como mero despliegue de virtuosismo estético, punto de partida obvio y por demás canchero para una comedia romántica de espías; pero es mucho más que eso. Precisamente al poner en escena la lucha que dará lugar a que intervengan los dos verdaderos protagonistas de la película, todo el esfuerzo por explicar la fachada del conflicto se vuelve inocuo.

Con la escasa información que se proporciona al comienzo y los constantes cambios de tiempo y escenarios, queda claro que los detalles de la historia no importan mucho, pues serán una serie de órdenes y contraórdenes caprichosas; típicas de una pesquisa secreta. Por tanto, la pelea inicial está puesta y dispuesta para adornar y justificar el romance, que es lo único que vale la pena seguir y disfrutar, porque finalmente no hay nada para entender.

Duplicidad apela al deleite del espectador desde lo visual (utilizando la split-screen o pantalla dividida) y desde lo argumental, jugando con su capacidad de atención. Es decir, usa las ropas atractivas del doble-agente para dotar de elegancia a sus estrellas protagonistas y marearnos un poco. La sumatoria de flashbacks que mantienen y dosifican la información ayuda también a tomar conciencia del papel del diseño de la intriga como artilugio o enmascaramiento visual. Allí donde cualquier película “seria” de espías adorna la acción con una subtrama de amor, aquí es al revés. Las disputas de las empresas son el lugar para la comedia, con las apariciones de Wilkinson y Giamatti a la cabeza, ubicadas estratégicamente para que podamos recuperarnos de los flechazos que se disparan Julia Roberts y Clive Owen cada vez que se encuentran.

A partir de esto, se podría afirmar que la película está estructurada en dos series que se cruzan, la de las misiones y la del romance. Bien lejos de aquella gélida dupla que hicieron en Closer, el reencuentro de esta pareja en Duplicidad trabaja el discurso del amor en el cuerpo (las miradas por sobre todo) y no en el texto. Esta vez Owen y Roberts son creíbles cada vez que se enfrentan, discutiendo cuestiones de confianza y celos desde un registro de actuación mucho más cercano, dulce y chispeante a la vez. Una razón para este acomodamiento efectivo entre ambos es el juego con la incertidumbre y el enigma en la película. Esto aparece con el personaje de Wilkinson, cuando en determinado momento pregunta a sus empleados si son capaces de defender su misión a pesar de no saber del todo cuál es. Y al final de cuentas de esto se trata, de que dos espías puedan apostar a construir una relación sin ninguna garantía. Entre sospechas, identidades falsas y escuchas telefónicas, la pareja deviene una conquista diaria y un juego constante, un territorio tan peligroso como el del trabajo. Tan impredecible e incontrolable como el impacto de esa primera escena.