Stephanie Conway es una inmigrante australiana con poca popularidad en su colegio secundario en Estados Unidos. Cansada de esto toma la decisión de ser la mejor porrista, la favorita de todos y finalmente la Reina del baile de graduación. Todo su esfuerzo parece estar dando resultado hasta que un mes antes del gran momento una rutina de baile termina con un accidente y ella pasa los siguiente veinte años en coma. Cuando milagrosamente recupera el conocimiento, tiene treinta y siete años y la memoria de una chica de diecisiete. Se reencuentra con todo su pasado y toma una decisión: completar el secundario. El mundo ha cambiado y Stephanie deberá entender cuáles son las nuevas reglas.
Una vez aceptada la consigna casi mágica que da pie al conflicto, lo que queda es disfrutar a Rebel Wilson actuando como si tuviera diecisiete años en su cabeza, siendo todo lo políticamente incorrecto que sería quien se haya perdido las últimas dos décadas. La comedia funciona de a ratos, como era de esperarse. Tiene momentos genuinamente graciosos y la actriz sigue manteniendo su timing para la comedia. Los apuntes de como se vive hoy en los colegios secundarios son interesantes, mostrando los avances y los retrocesos, aunque con una mirada más bien optimista. El guión lucha todo el tiempo por no caer en los defectos del género baile de graduación y lo consigue de a ratos, aunque se derrumba llegando al final, como también era de esperarse. Un pequeño papel especial de una de las actrices más queridas de los noventa es tal vez el momento más emocionante de la película, tal vez el único. Sin caer en el desastre, El año de mi graduación no tiene mucho más para ofrecer que algunos buenos chistes y simpáticas actuaciones.