EL OTRO LADO DEL ESPEJO
A esta altura debemos admitir que sólo nos preocupa la relación entre el cine y la literatura cuando el libro que es llevado al cine (parece que lo llevaran de paseo, dicho así) es conocido por algún motivo. Más de un 30% del material que vemos se basa en textos previos, pero generalmente pasamos por alto este dato porque no tenemos elementos para comparar. Eso sí, cuando se nos brindan elementos todos somos jueces y jurados y fallamos, siempre, o casi siempre, a favor del libro. Hay tantas y tan diversas formas de llevar un libro a la pantalla, como libros y películas hay. No hay reglas ni leyes, porque siempre aparece un nuevo ejemplo que contradice cualquier máxima que querramos acuñar para simplificar el tema. Es sabido también que adaptar un libro es una forma de trabajar con una historia que ya ha sido pensada por otro y probada por los lectores y la crítica, además. Así que El chico con el pijama de rayas no puede ocultar que ha logrado hacerse por las perspectivas de mercado que se habían abierto con el libro. Esto no implica juzgar sus intenciones, sino simplemente aclarar que no debe haber resultado difícil conseguir interesados para producirla. El libro de John Boyne (comentado también en esta página web en la sección de Libros) fue un éxito editorial y la película no necesitaba tener entre su staff ni estrellas ni un director famoso para llamar el interés de espectadores de todo el mundo.
La película, de narración estándar y estilo más bien qualité, no busca enfrentarse a ningún problema visual y sólo se preocupa por llevar adelante la historia que ha tomado del libro. No asume riesgos visuales -ni siquiera aquellos que no hubieran amenazado la comercialización del film- y arranca tomando la decisión capital a la hora de llevar este libro al cine: contar o no contar qué es lo que pasa alrededor de Bruno, el protagonista de 8 años (en la novela tiene 9) y el trabajo de su padre, un militar que es transferido al campo para hacer una nueva tarea de gran importancia para su país. El misterio que la novela mantiene alrededor del niño es muy difícil de lograr en cine, donde el primer plano del film ya nos lleva de lleno hacia una imagen completa e inequívocamente connotada. ¿Pero cómo hacerlo de otra manera? Se podía, si bien el libro y la película están narrados en tercera persona, está claro que el punto de vista es el del niño, por lo cual la película debía haberse arriesgado más a mostrar el punto de vista de él y ocultar las imágenes connotadas, reemplazándolas por otras que fueran la interpretación del niño. Pero claro, el tema del film vende y esconderlo habría sido algo complicado de pensar y de llevar a cabo. Si el tema del film fuera universal -y de hecho lo es- no hubiera habido problema en cambiar símbolos, épocas y personajes. Nadie habría dudado de cuál era el hecho histórico en el que se inspiraba. Aun así, pasada esta obviedad visual del comienzo, poco a poco varios apuntes le van dando interés al film hasta comprometernos emocionalmente con la historia. Si acaso la película, por su misma naturaleza, se complica al comienzo del relato, cabe destacarse que hacia el final se libera. Metáfora gruesa pero efectiva, la película remata de forma poderosa, porque todo aquello que podría haber sido tibio en un comienzo no hace más que volverse contra nosotros y los personajes. La tibieza produce la tragedia anunciada, el desastre no por obvio deja de ser poderoso. Si esta película intentara ser aun más compleja y adulta, podría incluso hallar aspectos más oscuros en el remate de esta historia de amistad e inocencia perdida entre niños, que en definitiva hablan de las conductas humanas en general, indicando que todo lo que le hagamos a los demás nos lo terminamos haciendo a nosotros mismos.