El cuento de las comadrejas es una versión del clásico del cine argentino Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976) de José Martínez Suárez. Tomando la estructura central de aquel film, el guión de la película de Juan José Campanella realiza una serie de cambios que sin alterar gran parte del material recibido produce suficientes cambios como para evitar toda clase de comparaciones. El cuento de las comadrejas es un título con vida propia.
Esta comedia negra protagonizada por cuatro grandes figuras de extensa trayectoria justamente tiene como personajes principales a cuatro figuras del pasado del cine argentino. La gran actriz de enorme fama y prestigio Mara Ordaz (Graciela Borges), su esposo y actor de poca fama Pedro De Córdova (Luis Brandoni), el director de las principales películas de Mara Norberto Imbert (Oscar Martínez) y el guionista de sus films Martín Saravia (Marcos Mundstock).
Con cuentas pendientes, humor ácido, reclamos y peleas, los cuatro viven en una vieja mansión venida a menos, pasando su vejez con las pocas cosas que tienen para hacer. Recordar la gloria pasada (con un premio que es igual al Oscar) en el caso de Mara, cazando comadrejas a los escopetazos para Norberto, matando ratas para Martín y pintando paisajes en el caso de Pedro, desde hace años en una silla de ruedas. Pero entonces llegan dos jóvenes a ese espacio olvidado, dicen necesitar un teléfono pero queda claro que buscan algo más. Y ese algo más desatará el conflicto de la película.
A mi primera vista la película parece lo que Alfred Hitchcock llamaba un run for cover lo que significaba ir a lo seguro en términos cinematográficos. Pero si Hitchcock era capaz de hacer grandes películas bajo ese término que parece peyorativo, lo mismo hace aquí Campanella. Sin la ambición de El secreto de sus ojos esta película está fabricada para generar una simpatía casi instantánea y duradera por sus personajes. Esto es, la historia del cine lo demuestra, más complicado de lo que parece, más aun en el cine argentino, muy pocas veces preocupado por la gente que va a ver las películas.
Una comedia negra que se parece al film de Martínez Suárez, pero también a otras cinematografías –lo haya buscado Campanella o no- como por ejemplo la británica. Como El quinteto de la muerte o aquellos clásicos de ese período del cine inglés. En el año 2019 hacer una comedia negra es también un arte delicado, en un momento donde todo ofende y todo es evaluado de forma policial con el tamiz ideológico y casi nunca con ideas artísticas.
Que alguien dirija una comedia donde un lejano premio “Oscar” forma parte de la trama siendo a su vez ganador de ese premio hace diez años es el primero de muchos guiños que muestran un permanente juego de autoconciencia. Los personajes son de cine y la trama va y viene con juegos con respecto a eso. El cine forma parte de la trama, todo el tiempo se hace referencia al cine. No solo con las citas más variadas, desde la ópera prima de Campanella The Boy Who Cried Bitch (1991) a diferentes nombres y títulos de la historia del cine argentino. En una cinematografía sin memoria, por momentos emociona saber que hay alguien en el cine argentino que conoce nuestra historia y la valora.
La película tiene un arranque en el cual hay que entrar en el código de sus personajes. Sus diálogos parecen guionados al comienzo, poco naturales, las actuaciones se ven raras durante unos minutos, pero luego –posiblemente todo esto es intencional, claro- todo comienza a cobrar vida. Como dicen ellos, la llegada del conflicto, la aparición del villano los despierta y, como en un teatro de muñecos mecánicos, vuelven a cobrar vida para una nueva última gran función. Juan José Campanella demuestra acá ser un extraordinario director de actores, porque los cuatro protagonistas alcanzan puntos muy altos, aun para su propio estándar de calidad.
El guión lleva a que el centro de la trama sea Mara Ordaz y en consecuencia la actriz que la interpreta. Aunque Martínez, Brandoni y Mundstock están impecables, lo de Graciela Borges está más allá. Arranca ausente, en un estado de ensueño, y luego empieza a desplegar, cuando alguien se acerca a su castillo, todos los matices de la actriz y estrella gigantesca que interpreta en la película y que además es en la vida real como actriz. El guión le brinda la oportunidad de tocar las más variadas cuerdas y ella pasea por ellas con seguridad y profesionalismo, desde la comedia hasta el drama, desde la risa a la lágrima de su personaje y también de los espectadores. La emoción que esta comedia inesperadamente logra gira en torno a ella. Sería injusto no decir lo mismo de Brandoni y Martínez, pero tienen menos escenas y registros para desplegar por la historia. La escena de Graciela Borges con su propio rostro proyectado sobre su cara es de una belleza y una emoción inolvidables. La película es un homenaje a ella en muchos momentos. Tal vez por extensión al cine argentino, pero a través de su rostro de puro cine.
Ir a lo seguro decía yo hace un rato pero insisto en que esto no es peyorativo. Ir a lo seguro y dar perfectamente en el blanco. Con algún chiste menos efectivo que otro, con alguna situación menos lograda que otra, pero con una calidad profesional que pocos consiguen tener en el cine argentino. Muchos son talentosos, pero no tantos consiguen hacer cine profesional. No es fácil, como dice un personaje, pero justamente por eso lo hacen los profesionales. El cuento de las comadrejas es una comedia de humor negro completamente adorable.