Lee Hayden (Sam Elliott) es una leyenda del western, ha envejecido con una voz que aun impacta, pero sus mejores actuaciones están décadas atrás. Pasa sus días reviviendo viejas glorias y fumando marihuana con un antiguo coprotagonista convertido en dealer, Jeremy (Nick Offerman). Vive resignado hasta que descubre que tiene un cáncer y difícilmente pueda superarlo. Pronto entabla una relación con una cómica stand up mucho más joven que él, Charlotte (Laura Prepon), e intenta reconectarse con su hija, Lucy (Krysten Ritter) y ponerse en contacto con su ex mujer Valeria (Katharine Ross). En el medio de todo eso empieza a soñar con la posibilidad de realizar un último papel que le permita dejar un último recuerdo.
Brett Haley, director y guionista, no termina de encontrar nunca el tono adecuado. No es un emocionante homenaje a una vieja luminaria ni tampoco un film dolorosamente nostálgico y crepuscular. El tono medio, sin ningún pico dramático, no ayuda entrar en la historia y el gran elenco queda desperdiciado. Sam Elliott, una verdadera leyenda del western, no consigue convencer en un rol que parece hecho a su medida. Elliott no es muy conocido fuera de Estados Unidos como un ícono del western porque la mayoría de sus éxitos los tuvo trabajando en televisión. Un dato de color es que Katharine Ross, quien interpreta aquí a la ex esposa del protagonista, es en la vida real la esposa de Sam Elliott. Aunque ambos trabajaron en Butch Cassidy (1969) fue años más tarde que se conocieron y recién en 1984 se casaron. Ni esa química aprovecha el film. No hay nada malo en la película, tampoco nada para destacarla. Apareció en el 2020 en Netflix y eso es todo.