EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO
Sobre gustos no hay nada escrito, dicen. Pero la crítica es posiblemente una de las formas más polémicas e intimidante de escribir sobre los gustos. En manos de expertos impunes, se moldea lo que está bien y lo que está mal. Texto tras texto, se va creando un canon que luego es muy difícil de quebrar. Claro que hay tantas películas y tantos críticos que no hay dos cánones iguales, pero sí tendencias que a esta altura de la historia del cine y la crítica cinematográfica son realmente molestas. Lo que a priori es bueno o malo se ha convertido no sólo en escribir sobre gustos, sino también en formas represivas de establecer lo que se debe pensar, y esto alcanza tanto a los críticos como a los espectadores. El hombre lobo (The Wolfman, 2010), dirigida por Joe Johnston, es por supuesto una candidata al desprestigio. Todo film de terror, salvo que venga bajo el brazo de cineastas prestigiosos como Stanley Kubrick, tiene las de perder con respecto a los films de festivales o los dramas realistas y sórdidos que se multiplican año tras año. Vamos a repetirlo, pero en serio: sobre gustos
Cada uno puede gustar del film y el género que su sensibilidad le dicte, que quede claro. Es la sumatoria de tendencias la que se vuelve sospechosa. Más aún en nuestro país, donde los críticos muchas veces no logran esquivar las olas a favor o en contra provenientes del extranjero y simplemente se dejan arrastrar. En la década del 30 los estudios Universal llevaron a la pantalla los grandes personajes de la novela de horror gótico del Siglo XIX, también algunas leyendas antiguas y algunas mezclas entre ambas categorías. Grandes presupuestos, actores que se volverían inmortales como Bela Lugosi y Boris Karloff y directores que con los años recibirían una importante reivindicación, como Tod Browning y James Whale. En los 40, esa fórmula quedaría parcialmente agotada y la posta la tomaron los estudios RKO, y bajo la supervisión de Val Lewton se haría una serie de films en los que la forma de encarar el terror se conocería luego como sugerido, y que no era más que el talento de grandes artistas puesto en un cine de presupuesto clase B. Como en los 30, el público apoyó, mientras que el prestigio y la defensa de los expertos llegarían años más tarde. A fines de los 50 el género se trasladaría a Inglaterra con los estudios Hammer (la casa Hammer) a la vez que en Hollywood el terror pasaría a instalarse aun con más fuerza en la clase B y tendría como estrella máxima e insuperable a Vincent Price. Es en esta década, y la que le siguió, donde irrumpe la sangre en el género. Acá, en El hombre lobo, se aúnan las tres tendencias. El clasicismo de personaje y puesta en escena- de la Universal, el espíritu talentoso y narrativo de la RKO, y la sangre y la violencia de la casa Hammer y el cine de terror de los 60. Incluso hay espacio para sutiles homenajes a Aullidos y Hombre lobo americano, dos versiones modernas y cargadas de humor de la leyenda. ¿Un mezcla fallida? No, una sumatoria que le da al film una calidad que sorprende.
Olvídense de los Oscars, mucho más olvídense del festival de Cannes, El hombre lobo es la clase de film profundo y movilizador no por la obviedad manifiesta de sus temas, sino por la universalidad y trascendencia de los mismos. No por nada el hombre lobo es una leyenda. Lo es porque habita en el imaginario colectivo y, por lo tanto, ahonda en miedos, inquietudes y deseos de todos. Mientras que la obviedad, la sordidez y el aburrimiento dominan gran parte del cine europeo, las películas realizadas en Estados Unidos siguen apostando a la narración, las distintas capas de interpretación y lectura de las historias y el cuidar al espectador a la vez que se le ofrece una mirada sobre su existencia. El hombre lobo está dentro de los films que logran ese objetivo. Gran parte de eso se debe al director Joe Johnston, creador de films que siempre apuestan a lo narrativo, a lo entretenido y a lo sorprendente. Verdadero cultor del cine de perfil bajo, Johnston no ha conseguido jamás la fama de Spielberg, Zemeckis, Burton o Cameron y tampoco parece buscarla. Su carrera es como la de los directores de segunda línea del Hollywood clásico o de los directores clase B. Rocketeer (The Rocketeer, 1991), Jumanji (1995), Cielo de octubre (October Sky, 1999), Jurassic Park III (2001) y Océano de fuego (Hidalgo, 2004) son parte de una filmografía que a las claras demuestra la eficacia de las historias contadas mediante la sensibilidad y el gusto por la aventura y la fantasía, dos elementos estos últimos muy despreciados a la hora de dar premio. El hombre lobo es una remake del film de 1941 dirigido por George Waggner y escrito por Curt Siodmak. Este clásico, con Lon Chaney Jr. en el rol protagónico y Claude Rains y Bela Lugosi en otros roles, llegó tardíamente al esplendor de la Universal y jamás tuvo el glamour de Drácula o Frankenstein. Aun así, Lon Chaney Jr. sería para siempre el hombre lobo de la historia del cine. Volver al origen le permite a esta película saltearse toda la ironía postmoderna y volver a las fuentes. Intensa, violenta, llena de tragedia, esta nueva versión es una impecable exploración del relato gótico y los temas que subyacen en él. Un elenco importante para nada clase B- que tiene a Benicio Del Toro y Anthony Hopkins por delante, acompañados por Emily Blunt, Hugo Weaving y Geraldine Chaplin, le da solidez a todo el film, que a su vez es notablemente espectacular en su equipo técnico, que suma a nombres como Walter Murch (montaje), Milena Canonero (vestuario), Danny Elfman (música) y Rick Baker en maquillaje. Este último elige, con notable inteligencia, el camino del maquillaje de los 40. No será el más verosímil para los buscadores de lógica y realismo (vean como les va a ellos en el film, por cierto), pero es sin duda un hallazgo de belleza y dramatismo. Una lección que nos trae este film es fácilmente reconocible como herencia del cine clásico: todo hecho con la máxima calidad, sin perder el rumbo del entretenimiento y sin ceder en la exploración de la experiencia humana. Esta tragedia, que se nos sugiere shakesperiana, nos recuerda que los grandes relatos universales no le han sido nunca ajenos al gran público, al contrario, y deberíamos tal vez comenzar a creer que son estos los relatos que seguirán vivos dentro de cien o doscientos años, y no esas burdas exploraciones narcisistas y pretenciosas que hoy se llevan premios y reciben buenas críticas, pero tienen -y hasta se huele- una clarísima fecha de vencimiento.