CUANDO PAT CONOCIÓ A TIFFANY
Pat acaba de salir de un instituto psiquiátrico en el que estuvo internado luego de casi matar a golpes al amante de su mujer, hecho que dejó en evidencia el trastorno bipolar que había padecido durante gran parte de su vida. Cuando Pat llega a su casa, es fácil comprender por qué su patología pasó tanto tiempo inadvertida. Padre con trastorno obsesivo compulsivo, que hace de cábalas y rituales una auténtica religión, fanático del fútbol americano con la entrada prohibida a los estadios, apostador empedernido. Hermano-modelo que no desperdicia oportunidad de avergonzarlo. Madre sufrida, que congrega a esa familia disfuncional con sonrisas y snacks caseros. En ese marco, Pat tiene una sola idea en la cabeza: aprovechar su nueva oportunidad, recrearse y ponerse en forma para recuperar a su ex esposa. Cree que podrá hacerlo solo, sin medicación y con una actitud positiva frente a la vida, pero no tardará en descubrir que determinadas cosas (como esa canción de su boda, que lo retrotrae el engaño sufrido) siguen provocándole desórdenes en su conducta. Entonces aparece la ayuda menos pensada. Justo cuando Pat intenta ser prolijo y controlado conoce a Tiffany, que viene de algunos problemas de depresión y no goza de la mejor reputación que digamos
es incorrecta, sincera, y no le importa la opinión que el mundo tiene sobre ella. Sobre todo, es la primera persona que lo ve realmente, con sus dificultades y sus potencialidades, sin juzgarlo. Lo desafía a abandonar las apariencias y a encontrar su propósito personal, más allá de intentar agradar al mundo. Lo insta a probar cosas nuevas, a mirar para adelante en vez de querer recuperar el pasado.
Hasta aquí podríamos decir que no hay nada demasiado novedoso en una historia que incluye una amistad que devendrá en algo más, buenas dosis de baile y una escena en la cafetería que le rinde homenaje a la inolvidable Cuando Harry conoció a Sally (película a la que la relación entre los protagonistas remite en más de un aspecto). Pero El lado luminoso de la vida es bastante más que un drama romántico o un práctico manual de autoayuda. El film, que todo el tiempo gira en torno a personajes con problemas psicológicos -algunos más asumidos que otros-, tiene el tono justo: tensión y emotividad sin abusar del dramatismo, momentos realmente hilarantes que nunca caen en la parodia o el absurdo. Trabaja permanentemente con la miradas -miradas de vecinos, de curiosos, de padres, de amigos-, reflexionando sobre cómo los personajes se aíslan cuando el mundo los censura mientras que se integran y curan cuando el mundo los abraza y los acepta. Y la cámara del director se encarga de captar a quienes miran y cómo va modificándose su percepción en la medida en que redescubren su entorno y lo observan con otra actitud. La receta se completa con actuaciones impecables, en particular las de Bradley Cooper y Jennifer Lawrence que brillan con una química prodigiosa y Robert De Niro, que a esta altura ya no debiera sorprender a nadie, y que saca de la galera a un padre entrañable y exasperante a la vez, que busca honestamente acercarse a su hijo, aún desde dentro de su propia locura.
Temas y situaciones conocidos, pero transitados desde lugares diferentes. Como su protagonista, el film se mantiene en positivo, sigue las buenas señales (las silver linings del título original) y es agradable como recuperar los domingos en familia.