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El mejor infarto de mi vida

De: Mariana Wainstein, Pablo E. Bossi

Es un verdadero milagro que el autor de El mejor infarto de mi vida sea el mismo que el de Más respeto que soy tu madre. Pero las películas y las series son, en mayor o menor medida, una creación colectiva y en algunos caso la autoría original convive con otros puntos de vista y cosmovisiones. Hernán Casciari ha escrito cosas realmente malas y el hecho de que esta miniserie se inspire en eventos reales hacía sonar todas las alarmas en la previa. Pero olvídense, dentro de lo posible, de la figura conocida del autor. No se le resta mérito tampoco, pero mejor no pensar en él frente a esta miniserie.

El mejor infarto de mi vida cuenta, en veloces seis episodios, varias historias. Aunque promete inicialmente contar la historia de Ariel, luego aparecen otras con igual o mayor interés. Ariel (Alan Sabbagh) es un autor que vive de ser escritor fantasma de personajes famosos que venden muy bien aunque no sean capaz de escribir una palabra. Su mujer lo ha dejado, el cigarrillo es su vicio absoluto y una fecha de entrega de un libro son la combinación para acercarse cada vez más al mencionado infarto. Un viaje a Uruguay hospedándose en el Airbnb de un matrimonio que lo tiene como primer cliente, lo encontrará en una situación de emergencia. Ariel no está sólo, lo acompaña Concha (Olivia Molina) una joven española que acaba de conocer en Buenos Aires y que por sus propios motivos, ha aceptado viajar con Ariel.

Alan Sabbagh, actor joven pero de larga trayectoria, tiene aquí otro de sus grandes papeles en una carrera prolífica. Protagonista inolvidable de El rey del Once, Sabbagh es uno de esos actores que el público descubre o redescubre en cada nuevo papel. Si este no es un rol consagratorio, entonces no sé cuál podrá serlo. Su timing para el humor y su irresistible simpatía, lo convierten en el protagonista perfecto para esta comedia. Pero lo que podría ser un egotrip en primera persona, se transforma luego en la historia del matrimonio uruguayo y más adelante en el recuento de la vida de Concha.

Estos retrocesos narrativos primero parecen una forma forzada de extender la trama, pero en realidad es la manera en la cuál el relato arma una red de acontecimientos afortunados donde buenas personas entran en un círculo virtuoso de un humanismo conmovedor. La comedia era cantada, pero la emoción es algo que uno no imaginaba al empezar a ver la miniserie.

Algunos momentos de estos retrocesos le hacen perder ritmo al guión y no todos los personajes están perfectamente delineados.  Pero el guión de Lucas Figueroa termina cerrando muy bien. La única objeción final es que cuando aparecen los personajes de la vida real en la escena final, en lugar de ganar en emoción se ve mucho más forzado y armado. Es mejor sentir la miniserie como una ficción total, sin guiños a los verdaderos protagonistas. El saldo es, de todas maneras, muy positivo.