Peliculas

EL MERCADER DE VENECIA

De: Michael Radford

LA CONDICIÓN HUMANA

La inmortalidad

Una de las formas instrumentales que predominó en la música durante el período del Clasicismo, fue la denominada “tema y variaciones”. Su estructura consistía en tomar un material – un tema – y a continuación repetirlo en el tiempo, pero con variaciones, de forma tal que en sus reformulaciones siempre resultara reconocible. Gran parte del talento de los músicos que se abocaron a la práctica de este estilo estribaba en su capacidad para generar variaciones que guardaran apego al tema que las determinaba, pero que a su vez, descollaran por su originalidad. Este procedimiento es en gran medida lo que ocurre con el arte narrativo y sus manifestaciones. Los relatos desde los tiempos de la tragedia y comedia griega, pasando por todas las narraciones provenientes de Oriente, hasta la actualidad – en que las narraciones disruptivas parecen no contar nada – estuvieron siempre atravesadas por el eje de alguno de los cuatro o cinco grandes temas de la condición humana y sus infinitas variaciones. Lógicamente, y así como en la forma musical clásica , no todas las obras han sabido desentrañar esos temas, ni hacer de sus variaciones motivos originales ni valiosos en sí mismos. La capacidad de variar es el principio básico de la creatividad. Es que en definitiva, hablar sobre las conductas humanas es un ejercicio que puede hacer cualquiera, toda la historia del arte está plagada de hombres y mujeres que han intentado dar cuenta a través de sus obras de las pasiones del género humano. Algunos en mejor medida que otros, claro, aunque los aciertos en cuanto a sus posibilidades de captar y plasmar las entrañas de esas conductas no siempre han obtenido el correlato necesario del exitismo de sus obras. Ignoramos a ciencia cierta, y es tarea ímproba intentar averiguarlo, de cuántas verdades escritas, pintadas o filmadas, nos hemos visto privados a lo largo de la historia. Algunas por la extrema humildad de sus autores, otras por la suerte que las coyunturas en que fueron concebidas, les ha permitido alcanzar, y otras, las más, porque sus ideólogos no han sabido o podido estar en lugar correcto en el momento exacto. Meras hostilidades de las que no nos priva el inasible azar. Sin embargo, no es mi intención en esta nota, hablar de aquellos artistas que no han podido con sus producciones esclarecer algo de lo insondable de la condición humana, sino de quien sí lo ha hecho, para el agradecido deleite de su público, nosotros, simples mortales. En el mundo de las letras en particular, hubo un hombre en la Inglaterra del siglo XVI, cuya capacidad para desentrañar las verdades encerradas en esos cuatro o cinco temas y todas sus variaciones posibles, lo llevó a ubicarse muy por encima de sus contemporáneos y más allá de ellos también. Tan por encima que, aún hoy, cinco siglos después de que sus ideas trascendieran el silencio de su mente para volcarse en el gran ruido de sus letras, siguen representando la idiosincrasia de quienes vivimos a merced de las pasiones. William Shakespeare es el nombre de quien parece haber estado en el lugar adecuado y en el momento preciso. La sombra de su inmortalidad, consiste en haber puesto su pluma al servicio de sagaces y complejas disecciones de la inmutable condición humana, sin haber renegado, por su parte, de la propia. […]

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