Está documental alemán sobre la figura del Papa Francisco está dirigido y producido por el veterano realizador Wim Wenders, quien ha trabajo a lo largo de cinco décadas tanto la ficción como el cine documental. Es por lo menos insólito que la película arranque con unos planos del cielo que recuerdan al inicio de El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl. Pero si aquella cineasta alemana utilizaba eso para mostrar a Adolf Hitler llegando en un avión, como un elegido para salvar a Alemania, Wim Wenders muestra esas nubes para detenerse en un plano general de Umbría, donde 800 años atrás vivió San Francisco de Asís. Luego insistirá con el Papa mirando desde el cielo. No es una asociación con la otra película, solo los juegos narrativos comunes para elevar a una persona por encima de todas las demás.
Con una voz en off del propio Wenders –un recurso habitual en sus documentales- el autor presenta como un revolucionario a San Francisco de Asís mientras reflexiona sobre el aciago destino de la humanidad. Explica la importancia de San Francisco y lo que significó para la iglesia. Allí salta a Buenos Aires en 1999 con Jorge Bergoglio dando un discurso. El director dice que hoy en día se necesita a un hombre que Francisco de Asís y establece, al menos por ser tocayos, que el Papa Francisco es ese hombre. El nivel de sofisticación del documental es ese. Su capacidad para entender y analizar realmente quien es Jorge Bergoglio es igual a cero. No es un accidente, la película es un film institucional coproducido por el Centro televisivo vaticano.
La película está filmada de forma prolija y con buena calidad de imagen, se nota que ha profesionalismo e inversión en el proyecto. ¿Qué peso tiene esto a la hora de valores cinematográficos o éticos de este documental? Absolutamente ninguno. Wim Wenders sienta al Papa Francisco frente a la cámara (o más bien Wenders es sentado para escuchar) y lo deja hablar de todos los temas vinculados con el mundo actual. Muy buena la calidad de imagen, pero superficial en todo. El Papa habla, dice cosas sobre los horrores del mundo, sobrevuela, sin discusión alguna, muchos temas y la película posee material de archivo que ilustra este discurso. La riqueza está mal repartida, las personas somos iguales frente a Dios, el planeta Tierra está siendo muy castigado y puesto en riesgo, los refugiados sufren mucho, vender armas por plata está mal, la gente no escucha y un montón de otras cosas que podrían estar en cualquier discurso sin necesidad de Papa. Incluso en los momentos más new age del cine de Wim Wenders hubo discursos así. En ese sentido el director es coherente. Como empleado papal no está traicionando del todo sus principios.
Cuando llega el tema de la pedofilia en la Iglesia Católica el Papa vuelve a hacer lo mismo que hace con todos los temas: decir una obviedad. Es cierto que le cuesta decir crimen, que primero habla de “ese problema”, luego pasa a “Enfermedad, tendencia” y finalmente dice crimen. Es el único momento en el cual la cámara parece que va a descubrir algo. El corte abrupto, el único dentro de todos los testimonios que Francisco da, da por finalizado el tema. No hay polémica, ni repregunta, ni duda, ni nada. Es un estudiado repaso por la agenda de la iglesia.
La película se apura a decir que Francisco viajó a su continente luego de asumir. No dice que no volvió a la Argentina. No explora ni por un instante ese tema, simplemente lo ignora. Aparecen los líderes latinoamericanos, en particular Evo Morales y más adelante, ya en un montaje de mandatarios, Pepe Mujica. Barack Obama, Putin, Donald Trump, también se hacen presentes. Presidentes argentinos no. El Congreso norteamericano tiene una larga escena. Bajo ningún concepto Wenders es capaz de resignar la utilización de Solo le pido a Dios cantada por Mercedes Sosa. Una película Suiza hecha para Europa no tiene por qué privarse de los lugares comunes.
Un institucional nunca puede ser un buen documental, salvo que termine diciendo aquello que no desea. Pero si cualquier espectador con un mínimo de criterio descubre que la película es publicidad no encubierta, los argentinos se podrán sentir, con razón, particularmente ofendidos por el doble discurso entre el hombre que aparece en la película y el que nosotros conocemos. Las conductas de apoyo explícito del Papa al gobierno kirchnerista es una notable e insalvable contradicción entre el discurso jesuita, cristiano e incluso el suyo propio. ¿Un hombre de palabra que habla en contra de la riqueza y se alinea con uno de los movimientos políticos más comprometidos con la corrupción y el enriquecimiento ilícito? Asombra verlo hablar contra la corrupción, sinceramente. Como Michael Corleone el Papa Francisco mira a cámara y dice: “Nunca tomar una actitud proselitista, nunca”. Sin palabras.
Lo único a favor que se puede decir de la película es que al ser un documental nos evita que un actor interprete el rol principal. Ni el talentoso Jonathan Pryce en la mediocre Los dos Papas, ni su antítesis actoral, Dario Grandinetti, en la bochornosa Francisco: el padre Jorge. Wim Wenders, productor, guionista y director es el responsable final de lo que se ve en la pantalla, un larga homilía en forma de película.