La oferta excesiva y en general irrelevante del cine argentino tiene cada cierta cantidad de tiempo una excepción. Películas que no son conocidas pero que muestran el talento y las posibilidades de muchos nuevos cineastas. El perfecto David es un buen ejemplo de ese cine que existe y merece ser diferenciado de la mediocridad general. El protagonista de la película es un adolescente está obsesionado con su cuerpo. Entrena día y noche en su casa y en el gimnasio. No está solo en esta obsesión, su madre respalda ese camino y lo supervisa permanentemente, fascinado por la figura de su hijo al que intenta convertir en una obra de arte, como la que ella misma como artista plástica está buscando.
La relación madre e hijo es rara, ambigua, el contacto físico que juega al límite, la idea del hijo como una obra de ella, en más de un sentido. Pero él intenta tener además una vida, salir con chicas, probar un mundo fuera de esa claustrofóbica relación con su mamá. El realizador no se conforma con filmar este perturbador vínculo como quien ilustra un guión, sino que hace un trabajo de cámara que aporta desde la imagen, no desde los diálogos. Toda la película está reencuadrada de forma muy clara. Los personajes habitan en una parte del cuadro mientras que el resto está oscuro, fuera de foco, alejado. El espectador siente esas viñetas donde hijo y madre se aíslan, se obsesionan en un mundo que se vuelve oscuro e incluso peligroso. La película tiene pocos elementos pero les saca el máximo provecho. Una prueba más de que hay cineastas y películas argentinas que traen algo nuevo e interesante.