A diferencia de las remakes de La bella y la bestia y Aladdin, El rey león no es la versión live-action de un clásico de animación. Es, para ser estrictos, una remake de animación donde todas las imágenes digitales intentan llegar a un realismo extrema que haga creer que se trata de un film con animales y paisajes reales.
Es asombroso que nadie en el proyecto se haya dado cuenta del callejón sin salida en el cual se estaban metiendo. Es posible que la versión de El libro de la selva (2016) que también dirigió Jon Favreau le hiciera creer que podían hacer una película razonable. Pero mientras que aquel film mantenía el espíritu demencial del cine de animación y actores de carne y hueso, acá todo es un universo de solemnidad y supuesto hiperrealismo que termina siendo una fórmula para el desastre.
Las comparaciones pueden ser o no injustas, pero en este caso son la pista para confirmar lo que el film en sí mismo expone desde la segunda escena. El famoso prólogo donde se presenta a Simba bebé es una copia del film original pero pasada esa escena y el leoncito digital para provocar suspiros de ternura caemos en la cuenta del problema sin arreglo que el film tiene. Basta ver al malvado Scar por primera vez para darnos cuenta que las voces podrán ser muy profesionales, pero los rostros realistas de los animales tienen una falta de expresividad alarmante. Claro, al buscar realismo tuvieron miedo de hacer el ridículo si los animales eran demasiado expresivos o tenían gestualidad forzada. Y ahí se muere todo el film.
Los estudios Disney, desde su fundador Walt Disney, siempre hicieron hincapié en la personalización de los animales, es decir en hacer actuar como humanos a los animales. El rey león 2019 se esfuerza tanto en ser realista en todo que no quiere ojos demasiado grandes, sonrisas o cejas expresivas. El resultado es frío, distante y pobre. También es absurdo, porque los animales hablan e incluso cantan. ¿Pueden hablar y cantar pero el film se preocupa por el realismo? Tanto esfuerzo y por momentos el film es como esas películas donde intentan ponerle intención a los animales filmados y montados como si supieran lo que están haciendo. Tenían toda la tecnología a sus pies pero se tropezaron con una roca que los hizo caer. No hay emoción alguna, no hay drama alguno. Solo escenas copiadas y canciones que quedan mucho peor que la película de 1994.
Hay algunas cosas que dentro del desastre se pueden rescatar. La tibieza del cine industrial actual no puede aplicarse por completo acá y varias escenas mantienen la inquietud y la violencia original –aunque no asoma una gota de sangre- así como también momentos de perturbadora oscuridad. No podían sacarlos, porque se quedaban sin la historia. Otro elemento interesante son dos o tres planos hechos a Pumbaa y Timon, que rompe con el aburrido esquema de puesta en escena y representan los únicos quiebres estéticos que despiertan un mínimo de interés. No falta, pero tampoco aporta nada, un instante de subrayado feminista en el ataque de las leones, un ingrediente que parece agregarse a último momento en los films industriales actuales.
Hay remakes buenas y malas y otras, como esta, que simplemente no deberían haberse hecho jamás. Debería servir esto como lección para respetar el cine de animación y su capacidad de trasmitir ideas y emociones, así como un espacio de libertad para construir grandes momentos cinematográficos.