El salón de profesores (Das Lehrerzimmer, Alemania, 2023) dirigida por Ilker Çatak alcanzó cierta notoriedad mundial al quedar entre las cinco nominadas a mejor película internacional en los premios Oscar. Cuenta una historia que se parece a otros títulos anteriores pero que finalmente encuentra su propia identidad. La cercanía más evidente, pero solo en un inicio, es como el largometraje francés Entre los muros (Entre les murs, 2008) de Laurent Cantet. Pero con el correr de los minutos se descubre como una historia diferente con ideas propias. La protagonista es Carla Nowak (Leonie Benesch, brillante) una profesora que ama su trabajo y está llena de ideas a la hora de resolver de la mejor manera posible los inconvenientes que surjan. A diferencia de sus colegas, parece más optimista con respecto a los conflictos que surgen en la escuela, hasta que ella misma termina quedando en el centro de un dilema que hace explotar todas sus certezas.
En la escuela hay una serie de robos y las sospechas pueden recaer en cualquiera. En ese espacio de paranoia, alumnos, personal de limpieza o incluso los profesores pueden ser objeto de acusación. Carla intenta ser más justa que sus colegas, pero el problema tiene tantas capas que ella misma termina cometiendo un error a partir de su deseo de aclarar el problema. Pero la película tampoco da certezas acerca de las decisiones de Carla. Ella nunca es la villana, pero como quien cae en arenas movedizas, cuando más intenta actuar, más se hunde. Cinismo e indiferencia tal vez la hubiera dejado en un lugar seguro, pero eso nunca lo sabremos. Irónicamente, cuando se ofrece para renunciar, sus compañeros de trabajo le dicen que no, aunque el motivo sea que ya no hay más reemplazantes, y no porque deseen que se quede.
Hay muchas formas de entrar a El salón de profesores, tanto desde la denuncia social acerca del sistema de educación, como de entender la evolución de los claustros educativos en el siglo XXI. Qué se ha producido un cambio no hay duda y la película da cuenta de ello. Como cualquier otra película de la historia del cine, que sea o no realista, es algo que le importa más que nada a quienes se dedican a este tema, pero si una película no es buena, que sea una denuncia o un retrato fiel no le alcanzaría. Pero el as en la manga que tiene este largometraje es justamente una estructura de suspenso casi perfecta. Podría ser un film noir, una historia de espionaje o un thriller lleno de escenas de acción, como un buen film de género, la historia de Carla y su derrotero se vuelve apasionante.
La protagonista no para de tener ideas para resolver los problemas y estos no paran de multiplicarse. Dar clases, lidiar con los alumnos, lidiar con los profesores y también con problemas que no tienen relación directa con dar clases. La angustia claustrofóbica incluye a todos los personajes, hasta el periodico escolar, un pequeño infierno de irresponsables a los que no les importa torcer la historia para lograr impacto. Los niños han visto el cambio en el sistema y hoy son capaces de ser una fuerza con poder, manchados de los mismos defectos que los alumnos.
El salón de profesores consigue su valor cinematográfico a partir de una narración rigurosa, pegada al punto de vista de la protagonista, cuya vida no existe fuera de la escuela. Nada pasa fuera de la escuela excepto en una escena de persecución. Es posible que además de su fuerza narrativa, la película esboce algunas alegorías políticas. No siendo alemanes, deberías disfrutar el no terminar de entenderlas. Aunque se pueden adivinar, lo mejor que tiene no pasa por ahí. Incluso con el quiebre del punto de vista al final, posiblemente el único defecto de la película, El salón de profesores es capaz de atrapar, entretener y angustiar. Una puntada más la hubiera convertido en una película perfecta, pero bien puede decir su director que la búsqueda de dicha perfección puede conducir a algo peor, no mejor, por lo que aceptamos su cierre.