Pedro López Lagar interpreta al señor Mariño, un soltero español con un pasado de mujeriego que ha comprado una nueva casa, la cual le pertenecía a la señora Gabriela Arteaga (Amelia Bence), quien vivía allí mientras su hija (Silvia Legrand) está en un internado de señoritas. La niña es la burla de todas sus compañeras porque nadie ha visto a su padre y no le creen que ella lo conozca. Ella insiste que le escribe, pero no tiene pruebas definitivas. Cuando la madre acude al colegio por denuncias de una situación familiar irregular, les termina mintiendo a las autoridades diciéndoles que su marido es marino y está en el barco llamado Andalucía. La mala suerte quiere que una de las autoridades le comunique que ese barco acaba de atracar en el puerto de Buenos Aires. Así que, acompañada por las dos mujeres que dirigen el colegio, vuelve a la casa que ha vendido y le pide a Mariño que finja ser el padre de la niña. Él tiene una novia, Gladys (Billie Days), a la que ante una escena de celos, él le miente y le dice que esa mujer es su media hermana. La futura suegra de Mariño desconfía, pero entonces Mariño y Arteaga se ponen de acuerdo para una doble mentira: decirle a algunos que son matrimonio y a otros que son hermanos. Y que la joven es hija o sobrina de él, según a quien se le esté mintiendo.
Las posibilidades de comedia que dan estos enredos son aprovechados solo parcialmente. La suplantación o equivoco de identidades, tan habituales en la comedia argentina en general pero en el director Luis César Amadori en particular. Pero a diferencia de, por ejemplo, Soñar no cuesta nada, acá Amadori le otorga mucho más espacio al sentimentalismo en algunas escenas y la película pierde ritmo. Era una película que estaba para más, que tenía todo para estar en un nivel más alto. El mencionado sentimentalismo la ha hecho envejecer demasiado. Como es habitual, los decorados son de Raúl Soldi. Y Francisco Álvarez, en el papel de asiste de Mariño, una vez más, aporta los mejores momentos de comedia.