EL TREN DE LA VIDA
Elena Poniatowska practica desde hace largo tiempo el ejercicio de una escritura no sólo comprometida con su época, su lugar de pertenencia y su origen, sino también profundamente ligada a las íntimas convicciones de una mujer cuya cosmovisión crítica y progresista le permitió virar el destino sombrío al que la educación recibida en el seno de una familia conservadora probablemente la hubiera confinado. Así pues, la combinación de este conglomerado de aptitudes la han convertido en una de las voces más reconocidas y respetadas de la intelectualidad mexicana, al punto de haber sido convocada, en las últimas elecciones presidenciales de México, para integrar las huestes de asesores en materia de cultura del ex candidato a la presidencia Andrés Manuel López Labrador. Situada en esa difusa frontera que acerca y a la vez delimita los ámbitos de la realidad y la ficción, y que abreva tanto en las aguas del periodismo como en las de la literatura, Poniatowska ha sabido sacar provecho de esta suerte de cruza de oficios al desplegar en ambos márgenes los lineamientos de una escritura fresca, permeable, porosa y merecedora de los galardones con los que ha sido coronada dentro y fuera del país azteca.
El tren pasa primero es la primera novela que publica luego de la celebrada La piel del cielo, que fuera ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2001.
Así como en La noche de Tlatelolco (1971) Poniatowska reconstruía con precisión entomóloga los hechos acontecidos durante la masacre estudiantil del 2 de octubre del 68, a través de la recopilación testimonial de las voces de sus protagonistas; aquí se aleja de esa impronta ensayo-periodística para dejar que su escritura fluya por los menos urgentes caminos de la prosa poética y nos introduzca en la biografía novelada de la vida pública y privada del líder sindical Demetrio Vallejo, encarnado en la ficción en el personaje de Trinidad Pineda Chiñas. El relato se inicia con una ajustada descripción de la huelga ferroviaria que en el año 59 paralizó a México al dejar al descubierto la capacidad de organización de unas fuerzas productivas conducidas por un sindicalismo con el poder necesario para enfrentar a la patronal y al gobierno imperante. Para ello Poniatowska se interna en las luchas intestinas que se libraron en ambos bandos y expone, con gran precisión, por un lado, las consecuencias de una política de Estado muy ligada a los intereses norteamericanos y a las espurias ambiciones de una clase dominante más dispuesta a saciar los vicios propios que el bienestar general, y por el otro, la puja despiadada entre los líderes del sindicato por el dominio de las líneas ideológicas más o menos combativas y sus traiciones tantos personales como corporativas.
Toda la primera parte de la novela está construida sobre estos cimientos, la puesta en escena del mapa político y social del México post revolucionario con todos sus actores en juego y el tren en primer plano, ícono de una modernidad que se forjaba como resultado del esfuerzo y la voluntad que le imprimían sus hombres. Luego, más adentrada la lectura, asistimos a las consecuencias de esta epopeya levantada principalmente sobre los hombros de su mentor, Trinidad, que terminaron por conducirlo a un encierro de once años de cárcel, a la posterior recuperación de su libertad y al retorno cansino a su pueblo.
La novela aprovecha esos recursos narrativos que permiten redimensionar los hechos a la luz de la distancia y convertirlos en verdaderas gestas, por eso Poniatowska no hace una narración lineal ni se detiene únicamente en la figura del líder, sino que se toma la licencia de relatar la infancia de su protagonista luego de haber dado las pinceladas justas para delinear la silueta del hombre adulto, así entonces se ennoblece y humaniza su figura. Y si bien le otorga algunas características heroicas, lo hace en el marco de una humanidad para nada carente de dilemas éticos y morales. En ese sentido, el rol que asumen las mujeres que acompañan a Trinidad en su trayecto está acertadamente trazado como contrapunto de su lucha pública, ya que aun cuando algunas de ellas (Bárbara, su sobrina, y Rosa, su amante) se encuentran comprometidas con los mismos principios, lo acercan a su vez a una experiencia más intimista al ensombrecer al héroe en pos del hombre. Sin embargo, pese a que en las postrimerías la novela se adentra por los andamiajes de la vida privada de esos personajes, la estrategia narrativa que se resume del conjunto se inclina por la elección de un tono general bastante alejado de lo melodramático y más próximo a resguardar el viso realista de los hechos que cuenta. Una decisión que en el balance total le resta probablemente un poco de vuelo poético o del esperado tinte novelesco, aunque no por ello la priva de un merecido interés. Este tenue desequilibrio obedece, quizás, a un excesivo apego a las formas testimoniales por sobre las de la ficción.
De cualquier manera, por encima de esas sutilezas estilísticas, El tren pasa primero rescata los valores de una epopeya librada por hombres y mujeres en una época en la cual las convicciones y las luchas en pos de éstas indicaban las trayectorias de sus destinos y demarcaban las estaciones de sus vidas.
EL TREN PASA PRIMERO
Elena Poniatowska
Editorial Alfaguara
Bs As, 2007