COMO EL AGUA QUE FLUYE
La multitud errante
Si algo se puede afirmar con certeza en el confuso entramado de este mundo es que existe el movimiento y que, en consecuencia, nada perdura en forma estática, todo está invariablemente sometido a las leyes del tiempo y del espacio. Nos desplazamos, nos movemos, transcurrimos. La historia del hombre y – a su vez – la de los pueblos está conformada por la directriz que trazan estos movimientos, esos pliegues y repliegues pendulares. El alemán Hegel fue quien en el siglo XVIII explicó la dirección de la Historia como el resultado de dos movimientos opuestos en tensión. El viaje inolvidable. Paris /Argelia (Exils) nos muestra tan solo algunos de esos movimientos, en algún lugar, en algún momento. Pero se cuentan por millones a lo largo de la Historia. Todos somos – de alguna manera – hijos de la diáspora.
Exils es el título original de esta película y su nombre connota a los espectadores, desde el inicio, varios temas. Da cuenta de un conflicto y de un estado de cosas en la relación que se establece entre un Estado y su gente. Da cuenta, también, de una huída y de una búsqueda. Algunas personas viajan para liberarse de la opresión de los pueblos, otros lo hacen para liberarse de la opresión de sí mismos. La Historia, obviamente, comprende ambos trayectos, es tanto lo particular como lo universal.
Los caminos del viaje que realizan los personajes principales de El viaje inolvidable, Zano (Romain Duris) y Naïma (Lubna Azabal) se constituyen por la unión de las distancias que median entre París, Sevilla, Nador y Argel. El relato atraviesa en forma transversal realidades diversas, desde la urbanizada civilización occidental hasta la miseria devastadora de un terremoto en el norte de África. Entre las directrices opuestas de la tecnología y las fuerzas implacables de la naturaleza aparece la gente con sus circunstancias a cuestas. Inmigrantes ilegales de Marruecos y Argelia que echan su cuerpo a andar para recorrer el camino inverso al de nuestros protagonistas. Una multitud errante sobreviviendo a su identidad perdida. Pura dialéctica histórica.
Tony Gatlif, el director de esta intensa película, quien obtuvo con ella el premio al mejor director en el Festival Internacional de Cine de Cannes del año pasado, nació en Argelia en el transcurso del año ´48. Y tal como Zano, se movió a Francia a principios de la década del ´60, mientras el país africano lograba ponerle fin a la colonización francesa y De Gaulle proclamaba el derecho de los argelinos a su autodeterminación soberana.
La trayectoria de su prolífica filmografía – catorce largometrajes en total – incluye films como El extranjero loco (1997) y Gitano (2000), y habla a las claras de un autor en permanente búsqueda y recuperación de su propia identidad errante.
El viaje inolvidable es la película con la que Gatlif logra, a la par que su protagonista, luego de cuarenta y tres años de ausencia, volver a Argelia.
Los que nos dejan regresan siempre con nosotros, dice la voz lacerante de la letra de una de las tantas canciones que suenan a lo largo de toda la película. En el principio fue el Verbo y aun lo sigue siendo.
Las cicatrices de la historia
Zano y Naïma son los dos jóvenes que deciden partir a pie de París en dirección a Argelia, pero no realizan ambos el mismo viaje, aunque recorran los mismos sitios, pues si bien parten desde el mismo lugar geográfico, no así desde el mismo lugar espiritual. Zano es plenamente conciente de aquello que busca, conoce su origen y sólo intenta reencontrarse con lo propio, empujado por el dolor de una reciente gran pérdida que ha dejado a su cuerpo marcado.
En cambio Naïma, no conoce nada más allá de su nombre. No reconoce la causa ni las consecuencias de sus propias cicatrices y elude, permanentemente, la posibilidad de curarlas. Soy una extranjera en todas partes, es todo lo que puede saber de sí misma.
La textura de la piel en primerísimo plano que, en pocos segundos descubriremos como la espalda del protagonista, es la primera imagen que el director decide mostrar para iniciarnos en el recorrido que, cargados sobre las espaldas de ese personaje, vamos a emprender. La piel se convierte en el punto de partida y de llegada de un paisaje que tiene tanto de geografía territorial como de topografía humana.
El cuerpo de Zano es donde empieza a delinearse el camino y termina siendo el de Naïma el que se transforma durante el viaje.
Luego de ese acercamiento intimidante, la cámara se alejará de los personajes para tomar la distancia necesaria que la narración amerita, aunque en más de una vez volverá a marcar su presencia en forma explícita, acercándose a ellos o jugando a esconderse y perseguir a Naïma.
Ese ir y venir de la cámara está marcando una presencia clara y a la vez inquietante del director que no deja de mostrarse. Aunque también hay en esos acercamientos y distanciamientos una dialéctica de la exhibición del cuerpo, una dialéctica que sugiere la oposición entre un cuerpo sin marcas y un cuerpo marcado. Allí en donde las cicatrices aparecen es donde empieza a esgrimirse el sello de la historia, es la marca del acontecer, y a su vez aquello que nos imprime identidad. Es nuestra huella más personal y la que nos determina como seres individuales y distintos a otros. Quienes no han adquirido esas marcas o se niegan a asumirlas son seres sin historia, que no pueden hacerse cargo de ella.
Zano busca y logra reencontrarse con su origen desde la conciencia de saberse argelino. Naima parece no buscar nada más que la inmediata y efímera satisfacción de sus deseos más simples. Muy a pesar de ella, al final del viaje, logrará encontrarse consigo.
Tierra en trance
Todo viaje iniciático requiere necesariamente de un proceso de pérdida y despojamiento en el cual los iniciados limpian su ser de todo lo prescindible, para hacer lugar a la adquisición de nuevos conocimientos. Se despoja tanto de lo material como de aquello que ensucia el espíritu. Se quita la ropa de más, se liberan algunos prejuicios, se expurgan los miedos, se sobrevive a las orfandades para poder llegar al centro. El camino hacia uno es arduo y sinuoso, pues implica muchas veces errar el trayecto, aunque las peores dificultades a sortear son las propias limitaciones. Es que no son sólo las fronteras de las divisiones políticas las que se atraviesan en el viaje, sino las humanas, las del otro y las de uno mismo.
A los personajes de El viaje inolvidable les ocurre todo esto, los espectadores somos testigos de la incidencia de cada una de las travesías en el interior de cada uno de ellos. Zano se encuentra con Zano cuando llega a su tierra, cuando recorre Argel. El trance para alcanzarse lo atraviesa cuando encuentra la casa que pertenecía a sus padres, cuando recupera a través del fiel testimonio de unas fotos guardadas las impresiones de su infancia. Naïma, en cambio, deberá someterse a una ceremonia espiritual propia de la doctrina mística del sufismo, que consiste en un rito basado en la música y la danza, cuyo fin es curar el alma y conectarla con lo trascendente. El director nos involucra en esta situación, como en muchas otras durante la película, desde un registro casi documental; la escena dura lo que dura la ceremonia completa. Transitamos con Naïma el camino hacia su tierra, pasamos con ella el trance hacia el conocimiento de sus propias cicatrices, porque en definitiva, El viaje inolvidable es precisamente eso, un intenso trayecto lleno de música, paisajes y sonidos, entre los extremos de la vida de unos personajes errantes en busca de su identidad, y el inevitable movimiento dialéctico de la Historia.