Luego de su primer caso, Enola Holmes decide abrir su propia agencia de detectives. Pero nadie se toma en serio a una joven mujer en esa tarea, así que está a punto de cerrarla cuando una niña que trabaja en una fábrica de fósforos entra con un pedido para la detective: que encuentre a su hermana desaparecida. Como corresponde, el caso será mucho más difícil de lo que parece originalmente. La secuela repite virtudes y defectos de su antecesora. Su energía prefabricada, su búsqueda de modernidad a pesar de ser una historia de época y una mirada feminista que está forzada hasta el límite.
Este personaje creado por la escritora Nancy Springer es un pastiche derivado de Sherlock Holmes, el famoso detective, hermano de Enola. Acá Sherlock es interpretado por Henry Cavill y, aunque su hermana es brillante, el detective sigue siendo el mejor del mundo. El doctor Watson no aparece hasta el final y, haciendo uso y abuso del casting daltónico habitual en Netflix, no será el clásico personaje. Todo es tan woke que no parece que el relato transcurre en la época Victoriana.
También es hora de ponerle un límite a los personajes rompiendo la cuarta pared y hablando a cámara. Por suerte Millie Bobby Brown mejora como actriz. Ella es lo más divertido e interesante de la película. Es una pena que teniendo todos los ingredientes correctos, ninguna de las dos películas de Enola Holmes valga la pena. Misterios de la era del streaming.