Peliculas

ENTRE LOS MUROS

De: Laurent Cantet

EL EMPLEO DEL VERBO

En la Lingüística existe una distinción fundamental entre dos conceptos que integran el lenguaje, su objeto principal de estudio. Ellos son: la lengua y el habla. La primera consiste en un sistema arbitrario e inmutable de signos que una comunidad establece, por una serie de convenciones, con el fin de que sus miembros puedan comunicarse. El habla, por otra parte, se presenta como su contracara, es su puesta en acto, su realización concreta, la forma en que se manifiesta la lengua en el discurso, ya sea en forma escrita u oral. De ahí que el habla, al ser un acto individual, no posea la misma rigidez que la lengua, sino una mayor flexibilidad y capacidad de variación. Sin embargo, o quizás justamente por ello, uno no puede existir sin el otro, ambos componentes están unidos por una relación de dependencia mutua. Muchas veces hemos oído hablar acerca de la evolución de la lengua. En realidad, los cambios se producen en el nivel del habla y responden a motivos diversos. La función del habla es captar esos motivos (sociales, culturales, etc) y asimilarlos; la función de la lengua es resistir el impacto de esos cambios cuando comienzan a extenderse, pues de su inmutabilidad depende la conservación del cuerpo social, ya que la lengua es en gran medida uno de sus factores aglutinantes.

¿Cuál es la relación entre esta breve explicación acerca de estos conceptos lingüísticos y Entre los muros?
Para empezar debemos decir que esta película, la cuarta del multipremiado director francés Laurent Cantet, es un film en donde la palabra está en juego en forma permanente, la palabra como ente aglutinador y transmisor de saberes, la palabra como el único medio para vehiculizar pareceres y, en consecuencia, construir consensos. Es a través de la palabra que Francois, profesor de francés y tutor de este grupo de alumnos de entre 13 y 14 años de una escuela cualquiera de la Francia actual, intenta establecer lazos sociales, y es a través de la palabra, o más bien, de su ausencia -cuando los docentes intentan dialogar con la madre de un alumno que no habla francés, sino un dialecto africano- que no puede alcanzarse el entendimiento y se genera, en consecuencia, la exclusión (escolar, social, etc).
A pocos minutos de comenzada la película, una alumna le plantea al profesor una duda respecto de la conjugación de un verbo en el modo Imperfecto del Indicativo. Francois toma la pregunta de la joven para repasar las diferencias entre dicho tiempo verbal y el Imperfecto del Subjuntivo. El planteo de la alumna y la explicación del profesor derivan, entonces, en una discusión. Los jóvenes cuestionan la utilidad de ciertas conjugaciones -que desconocen en la práctica- y que, según ellos, no se emplean en el habla y no tienen razón de ser. El profesor argumenta que son necesarias para expresarse con corrección y precisión; los alumnos alegan que “son verbos de la Edad Media”. Finalmente, Francois zanja el diferendo al sugerirles que “comiencen aprendiendo a conjugar y después cuestionen el uso de los tiempos”. Esta escena, como tantas otras a lo largo del film, reproduce fielmente la resistencia al aprendizaje con la que, en la actualidad, se enfrentan los profesores a la hora de pararse frente a sus alumnos, y es clave para entender gran parte del conflicto central que Cantet y su guionista, Francois Bégaudeau -también protagonista del film-, abordan en Entre los muros. Aun cuando no se busca hallarle una resolución, ni tomar partido por ninguna de las partes, en un claro gesto de honestidad intelectual y de consideración hacia el espectador, a quien le delegan la tarea de extraer alguna conclusión al respecto, si es que tal cosa es posible.
Si bien la película deja entrever algunas otras cuestiones -la inmigración, la integración, las diferencias culturales y económicas, la falta de comunicación entre padres e hijos, etc- que resuenan dentro de las paredes de la escuela como el eco de lo que ocurre en el mundo exterior; la conflictividad que predomina y que, como un virus, se propaga generando momentos de gran de tensión, tiene que ver con esta permanente puesta en cuestión de cualquier conocimiento o saber dado.
Esta generación de chicos es víctima de una psicopedagogía casi fundamentalista, que ha derribado las barreras de las formas en pos de la persecución de un supuesto estadio superior dentro del complejo proceso de enseñanza y aprendizaje, en el que se podría esperar que los docentes y los alumnos interactúen motivados por intereses afines en un marco ideal de respeto y comprensión mutua, dentro del cual se desdibujen los contornos de cualquier viso de ejercicio de poder en la relación. Pero este arquetipo casi utópico conlleva en la búsqueda de su realización más fallas que aciertos, pues no sólo se niegan verdades objetivas al ponerse en duda todo el conocimiento sometiéndolo a permanente debate, sino que también se desconoce la autoridad que otorga el saber y la experiencia para la conducción del aprendizaje. Todo ello conduce a que los jóvenes no encuentren modelos, referentes necesarios para su crecimiento, ya sea para reconocerse en ellos o bien para oponérseles. Una de las últimas escenas de la película, cuando sobre el final del curso, una alumna se acerca a Francois para decirle que ella no ha aprendido nada en todo el año, es tal vez un llamado de atención para este nuevo paradigma en el que se han caído todos los paradigmas.

El registro directo y naturista que Cantet escoge para la película, con actores que en realidad son verdaderos alumnos y profesores, y con una puesta en escena en la que nada parece planificado de antemano, podría -en un primer acercamiento- hacernos pensar que está en directa consonancia con ese modelo de escuela que retrata. Sin embargo, Entre los muros es el resultado de una minuciosa planificación, tanto en su puesta en escena como en el desarrollo de su narración, obra de un director que sabe a dónde quiere llegar, qué quiere “enseñarnos” y cómo dirigir a sus “actores”, pese a que nos haga creer que nadie está siguiendo sus indicaciones, sino que todo fluye como por obra del azar.

Esa lucha intestina -mencionada al comienzo-, que se da en el seno del lenguaje, es algo similar a la misma contienda que se libra dentro de los muros de la escuela. Los alumnos pujan por subvertir las normas y poner en cuestión la totalidad del sistema (por considerarlo disfuncional a sus propios intereses -o desintereses-), los adultos (tanto profesores como padres) resisten (con más o menos ahínco, con más o menos docilidad), pues de ello depende la subsistencia del cuerpo social sin disgregarse.
Algo se ha perdido entre ese ideal socrático del diálogo y esta educación bienintencionada pero tímida, casi pudorosa en sus manifestaciones. Algo se ha quedado en el camino; quizás no sea más que cierto respeto por el virtuosismo de las formas; lo cual no es poco. Porque para poder decidir infringir las normas, primero hay que conocerlas y reconocer en alguien la capacidad para enseñárnoslas. Como les dice Francois a sus alumnos, primero hay que dominar las conjugaciones de los verbos para poder luego cuestionar el empleo de los tiempos.