Una de las mejores cosas que pueden decirse de una película es su capacidad de sorprender y de evitar encasillamientos. Docenas de películas argentinas sin identidad se estrenan semana tras semana durante el año y cuando una se sale de la norma brilla de manera inequívoca. No por ser una gran producción o por parecer hecha en otro país, sino por darle personalidad y coherencia a la historia que se quiere contar. Fantasma vuelve al pueblo es una de esas películas.
Demóstenes (Alfonso Tort, un Mathieu Amalric argentino) vuelve al pueblo luego de años, ha pasado navidad y ya llega año nuevo. Allí todos los apodan Fantasma y le han perdido la pista, solo recuerdan que se había ido a estudiar. Pero no terminado ninguna carrera y en algún aspecto vuelve vencido al pago. Su viejo amigo, Luis Miguel, ahora tiene un lugar de peso en el pueblo. Es él quien le encarga que consiga un chancho para la fiesta de fin de año. En paralelo nosotros vemos al chancho elegido y el subtitulado nos cuenta sus angustias existenciales.
Tanto el chancho elegido para la comida como Fantasma comparten el que no querer ocupar que la sociedad les ha asignado. Pasarán unos días juntos mientras Fantasma se reencuentra con sus afectos, es testigo de la vida de su pueblo y mira con recelo la posibilidad de conseguir un trabajo para los poderosos del lugar.
Además de varios hallazgos visuales y de una serie de personajes increíbles, la película brilla por su sentido del humor, que pasa de la sutileza brillante al chiste que produce carcajadas sin ningún problema. También tiene un tono melancólico y agridulce que poco a poco se transforma en una silenciosa pero segura resistencia. Una película con mucho contenido que nunca se entrega a la bajada de línea. Pero los dos personajes principales sin decir palabra se terminan rebelando contra el sistema con serenidad y firmeza.