SIN LUGAR PARA LOS HÉROES
Si tuviéramos que señalar de manera sucinta los aciertos y virtudes de este primer film de Nicolás Goldbart, tranquilamente bastaría con hacer referencia a sus minutos iniciales. En un supermercado prácticamente vacío nos encontramos con la pareja que encarnan Daniel Hendler y Jazmín Stuart; con un par de gestos y palabras (y la interacción con algún producto, material que siempre será fundamental a lo largo de la película) entendemos buena parte de las característica de los personajes y, sobre todo, la forma en que se relaciona la pareja. Cuando se disponen a pagar sus compras, repentinamente comienzan a escucharse gritos y a verse gente que entra corriendo al supermercado. La situación, que hasta el momento no salía de los carriles de la cotidianidad, se vuelve particular y extraña, hasta misteriosa. Una vez fuera del supermercado, notamos que la situación es caótica, y sin embargo la pareja se muestra ajena, centrada exclusivamente en charlas y discusiones de índole doméstica. Todo esto vuelve muy atractivos e interesantes a estos primeros minutos debido al contraste que se produce entre el mundo íntimo de la pareja, con sus particulares preocupaciones y su propia dinámica, y el mundo exterior que va adquiriendo un tono entre fantástico y de ciencia ficción. Es a partir de este cruce que Fase 7 va ingresando de manera efectiva y elegante- en el terreno del cine de género. No es un logro menor para el cine argentino, al que tanto le cuesta encarar propuestas de este tipo de manera seria (y esto de ninguna manera significa carencia de humor). Aquí, el manejo de la puesta en escena y del ritmo de las primeras escenas denotan un cabal conocimiento de ese tipo de cine, tanto de sus procedimientos formales como de sus potencialidades expresivas.
Así, este comienzo, con el enfrentamiento entre un micromundo particular y un contexto específico y extraño, contiene aquello que conforma el centro del film: la forma en que los seres humanos se relacionan entre sí y con el ambiente en medio de una situación extrema. Aquí dicha situación se produce por la aparición de una pandemia mortal que ataca en el mundo entero. Debido a esto, el edificio en el cual vive la pareja protagonista es puesto en cuarenta, hecho que obliga a sus habitantes a organizarse entre ellos, interactuar, ayudarse o enfrentarse. A medida que la historia avanza, los vecinos irán mostrando sus verdaderos rasgos (patéticos en casi todos los casos). Desde el paranoico y preparado hombre de acción interpretado por Yayo, pasando por dos hombres cobardes cuyo único propósito es complotar para sacarle los bienes a otro, hasta el personaje que interpreta Federico Luppi (un señor mayor y tranquilo que se revelará también como un violento hombre de acción) todos representan de alguna manera posibles formas de ser que Coco (Hendler) puede asumir. Cada conducta, como suele suceder en los relatos de este tipo, son posibles caminos que el héroe de la historia puede tomar o evitar, mientras construye el propio, que no sólo llevará a la resolución de la historia sino que hará que se produzca en él un cambio. La particularidad del posible héroe de Fase 7 (Coco) es que no tiene ninguna intención de ir más allá de su departamento, disfrutar de lo que tiene y esperar que las cosas se resuelvan por sí solas, sin ningún tipo de intervención de su parte. Las únicas cuestiones que pueden demandar su atención son las relacionadas a su mujer embarazada, que por otro lado se muestra en dos ocasiones más solidaria que él con uno de sus vecinos. Sin embargo, la presión del contexto obliga a Coco a tener que salir de su propio mundo e interactuar con los demás. Claro que en ningún momento muestra compromiso alguno, salvo hacia el final, cuando siente que su propia mujer está en peligro. Es el momento en el que se produce un cambio en el personaje, pero que sin embargo es circunstancial. Si ese hecho debería ser un punto de quiebre del personaje, una transformación de su ser, esta posibilidad será mostrada como imposible cuando minutos después se niegue a hacerse cargo de la hija de su vecino, que le pide eso como última voluntad luego de mostrarle una posible salida y asegurarle provisiones. Este hecho es fundamental, porque marca la (a)moralidad del personaje, y también la mirada general desde el que está contado el film. Mucho se ha dicho de la relación que hay entre Fase 7 y cineastas como John Carpenter y Howard Hawks, y si bien no es descabellado pensar en esos nombres al ver ciertas resoluciones formales, ambientes y hasta climas (y esto habla bien de la película), también es cierto que su visión del mundo es totalmente opuesta, sobre todo de la de Hawks, cuyo cine entre una larga lista de cosas- es el cine heroico por excelencia. Fase 7 , por el contrario, descree totalmente del heroísmo y se aproxima mucho más a una visión cínica, en la que solo hay lugar para la miseria en las conductas de los hombres, y donde nadie es capaz de asumir un rol caritativo, ordenador y superador. Y esto en última instancia termina atentando contra el resultado final de la película, porque -entre otras cosas- el cinismo es enemigo de la emoción y la aventura, y las anula completamente.