SIMPATÍA POR EL DEMONIO
El 9 de agosto de 1974 Richard M. Nixon dejaba oficialmente a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica. Un hecho que no ocurría en el país en por lo menos 200 años y que se producía como consecuencia del escándalo de Watergate. Su sucesor fue su vicepresidente, Gerald Ford, quien le otorgó a Nixon el perdón total, una medida polémica a la que muchos le han adjudicado el costo de perder las elecciones de 1976, ganadas por el demócrata Jimmy Carter. La famosa película Todos los hombres del presidente, dirigida por Alan J. Pakula y protagonizada por Robert Redford y Dustin Hoffman, interpretando a Bob Woodward y Carl Bernstein respectivamente es del año 1976. El film cuenta cómo estos dos periodistas del Washington Post develaron toda la trama detrás del escándalo de espionaje a la sede del comité demócrata ubicada en el edificio Watergate. En 1977, un famoso periodista británico, David Frost, tuvo la idea de realizar una serie de entrevistas al ex presidente Nixon, con la intención de salir al aire con un resumen de las mismas, tanto para lograr un descomunal éxito de audiencia así como para lograr que Nixon se disculpara públicamente por lo que había hecho, algo que hasta ese momento no había ocurrido. La película de Ron Howard cuenta lo que ocurrió antes de esa entrevista y los intensos días en los que se realizó. Basado en una obra de teatro de Peter Morgan, también autor del guión, la película es probable que tenga más suspenso para todos aquellos que no conozcan el resultado de las entrevistas, aunque es igualmente apasionante para cualquier espectador interesado por la figura de un líder político tan polémico y complejo. Los actores del film, tanto Frank Langella como Richard Nixon y Michael Sheen como David Frost, también fueron los protagonistas de la obra de teatro, por lo cual el director Ron Howard se ha limitado a llevar al extremo su trabajo de director industrial, cuyo mayor mérito consiste en no arruinar el material y poder darle el toque exacto para volverlo un poco más valioso aun. Y esta vez, su humildad funciona, porque Howard realiza uno de sus films más interesantes. Y como ha ocurrido con muchas personas en los últimos años, su mirada está mucho más interesada en Richard Nixon que en David Frost. De hecho todos los personajes del film aparecen ficcionalmente entrevistados para rememorar aquellos días, excepto el propio Nixon. Frank Langella consigue, como también lo había hecho Anthony Hopkins en Nixon, de Oliver Stone, que los espectadores cedan frente al deseo de comprender al personaje en lugar de odiarlo. Pero en este film la cámara, como bien lo indica la película en una sutil autoreferencia, tiene en los primeros planos justificados por la trama su mayor aliada. Más allá de las licencias poéticas que Frost/Nixon se toma, la atracción que ese personaje genera es llevada al extremo. Y así como David Frost y el resto del equipo de la entrevista, esperamos aprender algo más de él, intentando comprender los vericuetos más complejos de un individuo público y, a la vez ermitaño, de un marginal que estuvo en el centro de la atención y un político corrupto que representaba el lado oscuro no sólo de un país, sino del ser humano.