La duración de noventa y dos minutos de Fuego cruzado (Free Fire, 2016) es la única buena noticia que hay para dar aquí. Aunque se agradece profundamente que la película no dure un solo minuto más, su corta duración es la prueba de que no hay nada más para hacer con una trama alargada y aburrida, un ejercicio de género que falla desde el comienzo y que se prolonga más allá de lo tolerable. Noventa y dos minutos perdidos.
Ambientada en Boston, en 1978, dos bandas están efectuando una compra de armas cuando algo sale mal y el galpón donde se encuentran se transforma en un tiroteo caótico y sin sentido. Prácticamente una hora de la película es ese tiroteo entre todos los que participan de la película. El realizador decidió jugarse por esta idea y cuando uno descubre que irá por ahí, solo resta esperar a que todo termine. Antes de entrar al galpón el tono de la película era fallido y lejos de ser interesante, el resto empeora.
Por culpa de directores como Quentin Tarantino y, en un nivel menor, Guy Ritchie, muchos realizadores creen que es apasionante ver a un grupo de delincuentes excéntricos tener diálogos ridículos y dispararse sin el más mínimo sentido. Los imitadores de aquellos que crearon un estilo necesariamente son inferiores. Más atrás en el tiempo Sam Peckinpah había jugado esta carta, pero su obra tenía un sinfín de matices más interesantes. Y claro, filmaba mucho mejor que el director de Fuego cruzado.
Un elenco de actores muy conocidos con filmografías más interesantes son el engaño perfecto para meterse por error a ver Fuego cruzado. No lo hagan. Brie Larson, Cillian Murphy, Armie Hammer y Sharlto Copley no justifican para nada el esfuerzo de sentarse a mirar esta película.