Gladiador II (2024) es un permanente desafío entre ver el vaso medio lleno o el vaso medio vacío. En todo caso, si sacamos un promedio, el resultado es una entretenida película mediocre con varios momentos vergonzosos. Cuando está por llegar a los primeros treinta minutos de sus ciento cincuenta minutos totales, aparecen en escena, en la primera batalla en una arena, una banda de monos digitales completamente inaceptables para la lógica no sólo de Gladiador, sino también de la propia Gladiador II. Las demás escenas ridículas funcionan y son divertidas, incluso siendo absurdas, pero estos monos parecen sacados de El señor de los anillos o de alguna historia de corte fantástico. Son babuinos sobredimensionados que aparecen y desaparecen con la misma facilidad cuando uno de ellos se enfrenta al héroe. Las ganas de dejar la sala son intensas, pero la escena previa, la del ataque romano, nos invita a tener paciencia.
La película arranca de manera espectacular y sensiblera, al estilo del film que el propio Ridley Scott dirigió en el año 2000. Cada vez que puede esta secuela usa el recurso de subrayar su conexión con su predecesora para ganarse nuestro corazón, cosa que no consigue. La tecnología permite momentos fuera de serie que Scott aprovecha, pero luego pone énfasis en sus peores defectos, como los emperadores romanos, los villanos del film, una versión doble y empeorada del ya de por sí deplorable personaje de Joaquin Phoenix en la primera película. Estos hermanos dementes no llegan a ser cómicos porque irritan más que causar gracia. No hay un solo instante de su presencia en la pantalla que no sea bochornoso. Tal vez sea para que se luzca más Denzel Washington en su papel, jugando con un poco más de osadía, algo que la propia película no supo tener. Los protagonistas centrales, Paul Mescal y el agotador Pedro Pascal, hacen todo el esfuerzo físico para que la cosa sea creíble, aunque la mitad de las escenas no logran convencernos.
La sensiblería del primer film ya ha pasado de moda y sus muchos genuinos admiradores podrán imaginar que la repetición de ciertos elementos parece más una burla que una continuidad. Lo espectacular que tiene Gladiador II se ve opacado por estas conexiones forzadas. Ridley Scott se arriesga mucho desde lo estético al jugar con las conexiones, pero desde lo económico tiene el negocio asegurado. La gente recuerda a Gladiador como si se hubiera estrenado ayer y aún los más desconfiados tienen ganas de ver esta secuela. En el peor de los casos será olvidada, aunque algo de daño le hace al clásico. Gladiador II nos deja al borde de la risa en más de un momento y se le ven los trucos para tener más éxito que riesgo. Cuando parece que se va a entregar al ridículo de lleno, se acomoda y se estaciona en la mediocridad. Que el cine contemporáneo sea tan malo es lo único que le permite ser disfrutada incluso con sus serias limitaciones. Su discurso en contra de la tiranía se ve universal y no coyuntural, su relación con Gladiador es más una falta de respeto que un homenaje. Scott ha perdido algunas habilidades pero la película es genuinamente enorme. En una época nos hubiera parecido espantosa, ahora intentamos rescatar sus momentos verdaderamente cinematográficos. Por momentos parece una remake más que una secuela, pero tampoco pueden arriesgarse a completar esa idea. Nadie quiere saber cómo llevan media docena de tiburones grandes del mar hasta el Coliseo Romano inundado para la realización de un combate naval. Las preguntas surgen cuando la película traiciona su espíritu y no consigue poner nada mejor en su lugar. Por menos que eso, un emperador loco incendió Roma.