Peliculas

HERMANAS

De: Julia Somolonoff

LA HISTORIA SIN FIN

La escritura ha sido históricamente uno de los espacios más importantes de los que el hombre se ha servido con el propósito de reeditar en ellos las vivencias, los temores, los deseos y los sueños, tanto propios como ajenos. Es también, el lugar donde dar cuenta de los sucesos, donde dejar testimonio de los hechos. Las historias escritas son reservorios de memoria, pues habilitan la posibilidad de ser transmitidas y de perdurar. No en vano han sido siempre blanco de destrucción de los gobiernos totalitarios. Se queman los libros para que no puedan quedar rastros ni plasmarse ideas.

Natalia (Ingrid Rubio) y Elena (Valeria Bertuccelli) son las hermanas a las que la directora Julia Solomonoff enfrenta en su ópera prima, Hermanas, por la recuperación de ese espacio de saber, por la posibilidad de encontrar en esa escritura el final de su historia.

La película toma como punto de partida el reencuentro de ambas durante el año ´84, época en que la palabra comienza a cobrar otro estatuto de validez; la de nombrar aquello que durante mucho tiempo no se podía. Natalia es quien viaja desde la España que le dio cobijo durante la dictadura militar hacia Texas (EE UU), el lugar elegido por Elena y su marido para vivir y criar a su pequeño hijo bajo normas de asepsia políticas y sociales. El reencuentro de ambas es el disparador del relato que va y viene en el tiempo hacia los años ´70, para contarnos acerca del compromiso político que Natalia y su novio Martín tenían por aquella época, y cuyas consecuencias más inmediatas fueron la desaparición del joven y el exilio de ella.

La llegada de Natalia se convierte, entonces, en la amenaza perturbadora para el orden establecido de esa familia, y el detonante de ello es una caja llena de fotos y papeles que el padre de ambas (Horacio Peña) había dejado al morir y que, casualmente, queda al resguardo de Elena. Esa caja cerrada calla, así como calla la hermana que carga con su custodia, una verdad bajo la forma de ficción: la novela que el padre escribía en vida. Y es ahí en donde reside, a su vez, la verdad que necesita conocer Natalia para poder comprender el final de la desaparición forzosa de Martín.

Natalia busca esa novela y busca aprehender su final, ansía conocerlo. Elena es quien se lo arranca (por partida doble) de sus manos para finalmente devolvérselo cuando ya no pueda soportar más sobre sus espaldas la ignominia de su silencio. De un silencio que deviene la necesaria contrapartida de un decir desacertado, de una puesta en acto de traición. El silencio de Elena es equiparable al orden en el que vive, es la mano suave de pintura que recubre las huellas de un pasado que no quiere pensarse más.

Aquí, en este punto, está el eje de la película y su gran valor, el de plantear la necesidad de volver sobre esas historias una y otra vez, porque esa es una de las formas en las que una sociedad se representa a sí misma en el afán de desentrañar sus problemáticas más complejas.

No es casual, entonces, que Solomonoff haya elegido como elemento central de la película a la novela escrita por el padre ausente. Ese es lugar de contienda y, a la vez, de conciliación, en donde se tensarán los extremos/hilos de la película y de los personajes. Y esto funciona asimismo para el film como espacio ficcional sobre el cual se buscan dirimir a través de la tensión de la narrativa, las contiendas que las sociedades libran en su seno.

Lo que Hermanas de alguna manera está diciéndonos es que hubo treinta mil personas en el país a quienes se les equiparó el final de sus vidas, lo que conlleva a concluir que se los quitaron. Todos esos seres tuvieron el mismo final, aunque lógicamente, esto no haya sido así en la realidad. La percepción en la memoria de quienes padecen su ausencia –todos de alguna manera lo hacemos– es semejante a la de una historia a la que se le ha arrancado el final, aunque por más que ese mismo acto de despojamiento sea un final en sí, no es, sin embargo, un final que otorgue el verdadero sentido de destino.

La palabra desaparición remite claramente a su opuesta aparición, como si la posibilidad de ésta estuviera contenida en la otra. Que los treinta mil hombres y mujeres secuestrados y muertos aun sean nombrados por la sociedad como “desaparecidos”, remite a ese final del que todos ellos han sido privados.

Esa imposibilidad de haber construido cada uno su propio final, el final que el devenir propio del tiempo les hubiera otorgado, de no haber mediado la irrupción del terrorismo de Estado en sus vidas para truncar la continuidad de sus historias, es la enorme deuda que la sociedad cargará siempre consigo. El hecho de que una directora, a través de su arte, se decida a ponerlo en palabras e imágenes es, de alguna forma, un intento de reparación -al menos en el imaginario- de aquello que en la realidad siempre será irreparable.

A veces un final, por más doloroso y arbitrario que sea, es preferible a la incertidumbre de nunca poder tenerlo, y menos aún, conocerlo.