Hogar, película española que estrenó Netflix, abreva en una larga tradición de películas de suspenso donde un personaje se obsesiona con otro e intenta destruir su vida y ocupar su lugar. Estos juegos de poder recorren la historia del cine y, en muchos casos, consiguen ser un entretenimiento efectista pero divertido. Desde las más prestigiosas como El sirviente a las más berretas, como La mano que mece la cuna, estas películas juegan con los nervios del espectador, que en muchos casos les perdonan guiones absurdos y completamente llenos de baches.
Hogar cuenta la historia de un creativo publicitario al que se le ha pasado el cuarto de hora. Supo ser el creador de grandes campañas, donde vendía un mundo ideal bajo el lema de “porque tú lo mereces”. Sin trabajo, tiene que abandonar su piso de lujo y mudarse junto con su esposa y su hijo a un departamento más pequeño en un barrio más humilde en las afueras. Lejos de conformarse con esto, Javier actúa negando esa realidad, culpando a los demás. Le molesta que su esposa haya conseguido un trabajo que incluye trapear un local de ropa y que su hijo gordo no sea capaz de subir una cuesta corriendo. Quiere una mejor casa, una mejor esposa, un mejor hijo. Javier es un psicópata insalvable y aunque al comienzo del film intenten los realizadores despertar algo de empatía con él, lo cierto que a poco de comenzado su derrotero el personaje es el protagonista y también el villano. Ninguno de sus argumentos tiene validez y la película pierde por completo, cualquier interés como análisis profundo de los temas que toca. También le quedaría grande una comparación con El empleo del tiempo o El adversario.
Si la película fuera una crítica al capitalismo y a la sociedad de consumo, falla que su protagonista sea un creativo publicitario, porque este entiende desde el vamos que toda la publicidad es una mentira. Como en la reciente El hoyo, Hogar quiere criticar algo y no sabe bien que es. En lugar de centrarse en el puro entretenimiento desaforado o buscar ser una película sofisticada de verdad, coquetea con todo y se quedan con nada. Tan solo recuperamos algo interés con el personaje cuando es extorsionado por un pedófilo y se encuentra en un conflicto por primera vez en toda la película. Las motivaciones destructivas del protagonista podrían ser, sin duda lo intentan, una alegoría sobre la sociedad actual, pero tiene tantos puntos incongruentes la trama que no es fácil hacer la vista gorda. Solo se rescatan, por burdos pero divertidos, algunos momentos de suspenso hitchcockianos donde el protagonista está a punto de ser descubierto. Pero ni allí sentimos por Javier alguna forma de empatía que nos haga sentir incómodos o cuestionados por la película.