POR UNA MEMORIA COMPARTIDA
Iluminados por el fuego narra la historia de Esteban Leguizamón, ex combatiente de Malvinas y actual periodista, quien a raíz del intento de suicidio de un compañero de trinchera -Vargas- comienza a recapitular, a veinte años del suceso, aquellos días. Los recuerdos de la desolación, el hambre, el frío y la promesa de una inminente muerte, conjuntamente con la relación con Vargas y Juan, caído en el frente, comienzan a atormentarlo, pero Esteban logra encontrar un punto de inflexión a ese dolor: la vuelta a las Islas Malvinas se convierte en el final de un largo proceso de duelo.
Con un claro matiz de borrador, el primer pensamiento que asoma frente a la proyección de Iluminados es que se trata de un film que parece querer saldar una deuda. No es que se trate de una película que se piensa a sí misma como el antídoto de una falta -la de la memoria reivindicativa- sino que más bien opera poniendo en evidencia una ausencia, una grieta instalada ya hace mucho en la comunidad. Así es como la presencia de este film en las carteleras porteñas exhibe, antes que una historia, la falta de una: ¿dónde están las demás historias sobre Malvinas? ¿Por qué el cine ha escapado a la ficcionalización de esta guerra?
Pero el film de Bauer no es exactamente un caso aislado. A poco tiempo de instaurada la democracia emerge Los chicos de la guerra (Bebé Kamin), conjuntamente con la olvidada Los días de junio (Alberto Fischerman). Mientras en esta última la guerra funcionaba más bien como telón de fondo, en la primera el suceso colmaba todo el interés. A pesar de la inmediatez de estas historias, una gran brecha de dieciseis años separa estos dos ejemplos de la polémica Fuckland (José Luis Marques), film que a pesar de no abordar el suceso histórico -imposible hacerlo siendo un exponente del Dogma 95- intenta repensar, ironizar digamos, la soberanía perdida. No vamos a detenernos en una película ensimismada cuya única gracia, como bien señala Jerónimo Ledesma en un ensayo sobre el Dogma, “consiste en no saber si el héroe, y por extensión la película, es idiota o se hace”. Se podría afirmar incluso, que la existencia de Fuckland confirma, además de la ausencia ficcional del conflicto bélico en las pantallas, la paradojal ceguera con la que se recuerda el suceso. Sin duda, aquí el discurso irónico empaña todo posible dolor o aunque sea una mera demostración de afecto. Pero este film tiene, además de la ya mencionada, otra gracia (también paradójica): su existencia acarrea nuevas películas, despierta “algo”. El primer impulso es el fervor documental: Hundan el Belgrano, El refugio del olvido, Operación Algeciras, Locos de la bandera, No tan nuestras. Las dos últimas interesan particularmente por la cercanía de su producción, pero además porque narran “rememorizaciones” al igual que Iluminados Mientras la primera se adentra en el duelo familiar, la segunda incurre en las memorias de un ex combatiente. Desde ya, la enumeración de esta escueta lista no tiene un valor informativo sino que permite pensar qué es lo que el cine ha ofrecido y, por ende, qué ha negado en relación al tema Malvinas. Sin duda el valor que ofrece el film de Bauer trasciende al film mismo o en todo caso encuentra su sentido en el contexto en el que se inscribe.
Ahora bien, se ha dicho alguna vez (Godard, ¿quién más?) que el cine es el medio privilegiado para constituir la posibilidad de toda memoria. Es decir, que el cine no es histórico sino que es una historia proyectada en todo caso. Pensado desde aquí, el punto que se problematiza con Iluminados no es entonces la relación entre cine y guerra, o mejor entre aquello que las imágenes pueden o deben mostrar y el horror que un acontecimiento bélico acarrea. Porque el cine ya ha demostrado que se puede dignamente fabular sobre el horror, por ejemplo, toda la experiencia neorrealista da cuenta de ello. El punto, en todo caso, es la relación entre cine y memoria, y he aquí la grieta que aludimos al comienzo y que tal vez, no del todo premeditadamente, Bauer alumbra. Por lo tanto, el encuentro que se debate es entre lo que esas imágenes deciden narrar, aunque sea torpemente por momentos, y la ausencia de registro del suceso, cinematográfica y socialmente hablando. Y preguntamos una vez más, ¿por qué no se fabula sobre este horror? Porque no se puede recrear aquello que no recuerdo, aquello que no está dentro de mi horizonte de expectativas. Cómo registrar algo de lo real -en este caso la guerra de Malvinas- si este mismo suceso no ha sido registrado previamente como “real” para una comunidad. Esto no quiere decir, sin embargo, que estamos frente a una amnesia total.
Indudablemente hay cierto estado de la memoria que retiene la guerra como residuo. Es la memoria personal de aquellos que fueron afectados, pero que lo fueron de manera directa, los que dieron el cuerpo. Es la memoria de los muertos mediada por el núcleo familiar, la de los sobrevivientes que se recuerdan, tomando la guerra como la bisagra de un antes y un después. Es esa misma memoria “amputada” que cada tanto atraviesa la ciudad en trenes y subtes -la memoria de los veteranos que a través de una moneda encuentra un punto de apoyo en una comunidad para la cual esa memoria es siempre la del otro. Es la experiencia ajena, “no me involucra, puesto que yo no estuve ahí”.
Y es desde aquí desde donde se posiciona Iluminados El recuerdo que se juega es el del ámbito privado desde un sujeto -Esteban- que se recuerda asimismo en el horror y cuyo detonante es el intento de suicidio de su compañero Vargas a veinte años de concluido el conflicto bélico, pero el film sobrepasa el duelo personal y, al hacerlo, deja al descubierto la falta de una memoria pública. Cabe señalar que el único protagonista que alcanza el trabajo de duelo es Esteban. Como contra cara, Vargas se encuentra en coma durante todo el presente de la narración, solo vive en el pasado; Juan, por su lado, es muerto en combate, por tanto no puede cumplir con su mandato paterno: enseñarle a su hijo a ver en la oscuridad. Una vez caído, Esteban guarda, junto con la medalla identificatoria de Juan, el reloj que éste le habría robado a sus superiores y que a su vez sus superiores seguramente han robado al “enemigo”, puesto que hacia el final vislumbramos que el reloj no era de procedencia argentina. Ahora bien, Esteban deja u olvida este objeto en la trinchera, lo entierra. En este abandono se juega toda la sintomatología de la película: es un resto que permanece latente y por tanto contiene una promesa. El retorno de Esteban a las islas tras la muerte-suicidio de Vargas permite la recuperación de aquel objeto y por tanto abre una promesa: la de la herencia de una memoria que trascienda a un sujeto.
¿De qué manera entonces logra Iluminados
ubicar el suceso más allá de la experiencia vivida por un sujeto? En otros términos cómo logra dar un paso hacia la constitución de una memoria colectiva?
Ese paso es el que existe entre Los chicos de la guerra e Iluminados
En primer término el hiato temporal entre ambos; aquellos ya no son los chicos de la guerra. En segundo lugar esa misma distancia permite una mirada retrospectiva. Los chicos
ancla su presente en el final de la guerra, ese es su mundo, y desde ahí se suceden varios vueltas al pasado (1968,1975, 1979). Así el film lograba identificar otras instituciones opresivas -la escuela, la iglesia, los medios, el núcleo familiar- que encuentran eco en el marco institucional militar. El mayor logro de aquel film radicaba justamente en esto: el pasado, la infancia, contenía una profecía que nadie quiso ver. Su mayor fracaso fue el de carecer de un horizonte de expectativa a largo plazo. El film cerraba en el 84´ con un encuentro pseudo festivo entre ex combatientes que enarbolan la celeste y blanca. En aquel gesto torpe se borra con el codo noventa minutos de filmación. Suena tal vez exagerado pero no lo es. Efectivamente, un gesto puede desdecir todo lo dicho, pero el film responde a su momento, porque el único horizonte de expectativa que se vislumbraba por aquellos días era la vuelta a la democracia, como antídoto a cualquier desgracia.
Se podría apelar tal vez a la falta de distancia histórica, seguramente algo del acontecimiento debe diluirse para poder rememorarlo. La memoria necesita una dosis de olvido, y esto se torna evidente con Iluminados Aquí el presente de la narración es “hoy” y desde ese hoy se recapitula. Bauer podría haber narrado simplemente la historia de las Malvinas a través de la experiencia de tres soldados, pero el film no quiere reconstruir el acontecimiento, que como suceso histórico ya ha caducado. Bauer desea poner en juego un trabajo sobre la memoria del suceso, o si se quiere, aquello del suceso que escapa a toda culminación y que acecha siempre en el presente. Por eso, a diferencia del film de Kamin, el pasado del film es la guerra y no el pasado de aquella, que implicaría necesariamente una incursión por el terrorismo de Estado, tema que por otro lado, bien o mal, ya forma parte de una memoria social (aunque cada tanto las políticas de Estado intenten ignorarlo).
Por tanto, el mayor mérito de Iluminados
, y que a mi entender está más allá de sus aportes estéticos, es que a diferencia de Los chicos
el film de Bauer posee un horizonte, trae una promesa: que la memoria de ellos sea la nuestra y de los que nos sucedan. Y esto solo es posible en el anclaje en el presente. ¿De qué otra manera puede la memoria instalarse y cobrar sentido?
Es solo una promesa -cinematográfica- pero sin duda valiosa. Al menos arroja un debate sobre qué recordar y cómo. Mientras tanto a los argentinos se nos regala el contorno de las islas en los mapas escolares, un monumento y un feriado en el calendario.