Uno de los méritos inesperados de la serie de películas de Rápido y furioso fue hacernos creer que Elsa Pataky podía algún día tener un rol protagónico. Es impresionante lo que puede ayudar una superproducción a disfrazar la ausencia total de carisma cinematográfico. Interceptor, lamentablemente, deja en claro que sin un entorno que la acompañe, esta actriz difícilmente pueda tomarse en serio. Las malas películas nunca ayudan a ningún actor, pero acá guión, dirección y protagonista multiplican sus defectos un poco más allá de lo tolerable.
Dos historias conviven en Interceptor. La primera es la de la capitana J. J. Collins (Elsa Pataky) que en una remota estación interceptora de misiles deberá resistir a cualquier precio para evitar que la humanidad sea destruida. Un conflicto muy concreto con una locación principal y una supuesta tensión bien definida. La otra historia está construida sobre el pasado de esta oficial y el acoso sexual que sufrió. Ambos conflictos funcionan mal por separado, pero juntos son de una ridiculez insólita. Parece superficial este comentario, pero ni el traje de militar que usa la protagonista en la escena inicial le queda bien, parece prestado a último momento.
Empoderamiento femenino y denuncia, una mamarracho que le juega en contra a la causa. Hay docenas de películas que han logrado lo mismo sin caer en el didactismo lastimoso que tiene este guión. La actriz no funciona con la acción, pero muchísimo menos con el drama. Los flashbacks de acoso sexual están por debajo de un programa de televisión de la década del ochenta. Un misterio saber porque no borraron todo eso y lo volvieron a filmar. Es todo muy triste y muy incómodo de ver. Las escenas de acción son casi todas malas, excepto aquellas que de tan exageradas e imposibles causan un poco de risa. Si van a hacer un drama que denuncia una realidad terrible, hay que ser un poco menos inverosímil el resto del tiempo, porque se puede llegar a creer que todo es finalmente una exageración.
Esta enésima evocación de Duro de matar tiene un broche de oro que la hace definitivamente bochornosa. Chris Hemsworth aparece, sin estar acreditado, como un vendedor de televisores que sigue las andanzas de la crisis mundial que cuenta la película. Su personaje, como si fuera uno de esos secundarios graciosos que miraban The Truman Show, no tiene ningún sentido ni justificación. Que él y Pataky estén casados en la vida real podría ser la respuesta. Como un marido leal, Chris intenta hacer el ridículo más que su esposa para quitarle algo de la culpa del desastre. No lo logra, pero se esfuerza mucho, para desgracia de los espectadores.