Una pareja de Manhattan se muda junto a su hija a una aldea histórica en el valle del Hudson. Al mismo tiempo que ella empieza a descubrir una historia siniestra acerca del pasado de la casa donde viven, surgen sospechas acerca de su marido y sus secretos.
La película tiene una mezcla de temas y tonos que la vuelve interesante al comienzo y la hunde en el disparate hacia el final. En primer lugar no consigue dar con un protagonismo. El marido es un canalla irredento desde el comienzo, y aunque la película lo encuentra al comienzo en faltas menores, estos subrayados son demasiado obvios como para sentirse identificado con él. Ella debería ser la protagonista para poder mantener el drama y la tensión, cada vez que nos alejamos de la mujer, las escenas son obvias y previsibles, anunciadas a kilómetros de distancia.
Por momentos la película es un drama familiar, luego una película de terror, después un policial. Tiene una estructura del fenómeno descripto como gaslighting, término acuñado a partir de una obra de teatro y un film de 1944 llamado Gaslight. Allí se describe como un marido intenta alterar la percepción de la realidad de su mujer, llevándola hacia la locura. La película insinúa eso, pero lo abandona. Después le entra con ganas al espiritismo y sale disparada hacia un final lamentable. Muchas promesas para un título que queda en nada y termina de manera bochornosa.