La cabeza de la araña es una típica película Netflix. Tal vez en poco tiempo algún teórico comience a analizar el cine hecho para las plataformas de streaming. Un raro derivado de lo que supieron ser los telefilms, pero con un presupuesto alto. Justamente una película hecha para televisión tenía menos ambiciones estéticas y por lo tanto se invertía también menos esfuerzo y dinero. Las excepciones confirmaban la regla y saltaban a la vista claramente. Pero si uno gastaba mucho dinero para hacer un largometraje destinado a la pantalla grande, entonces intentaba hacer una película que la gente creyera que valía la pena verla. En el cine la gente paga la entrada y se queda hasta el final. En Netflix uno puede abandonar o ver un largometraje de 100 minutos en cinco partes, lo que sin duda afecta la apreciación de lo que vemos. El consumo cambió y las consecuencias para quienes hacen películas mediocres también. El boca a boca no llega a tiempo, el que se aburre se distrae con otra cosa, la entrada está pagada con la suscripción mensual. Pero la tibieza de las creaciones de Netflix, producidas en todo el mundo, ya comienza a ser agotadora. Las excepciones son bien recibidas, por supuesto, pero cuesta encontrarlas.
La cabeza de la araña en cine hubiera sido irrelevante. En Netflix entra al top ten durante una semana y luego pasa al olvido. Tal vez el negocio cierre, pero a los que nos gusta el cine no nos sirve esto. El guión es malo, la película es ridícula, todo está filmado de forma impersonal, mecánica, sin alma. Los actores se repiten porque las estrellas, como en la Edad de Oro de Hollywood pero sin talento, firman contratos que los obligan a realizar un número de película en un cierto período. No son películas, son contenido para las plataformas y se nota. La cabeza de la araña es asombrosamente parecida, en su vacío, a muchos otros films de streaming. Al principio parece de una irrelevancia total, como el peor episodio de un serie de ciencia ficción. Un pequeño cuento moral con un discurso subrayado y demasiadas explicaciones. Pero empeora hasta un desenlace que redefine la palabra bochorno.
La película narra un mundo donde una corporación realiza experimentos médicos con presidiarios en una cárcel que parece guarida de un villano de James Bond. Spiderhead se llama el lugar. Quien está a cargo de administrar las drogas y estudiar a los presos es Steve Abnesti (Chris Hemsworth), un personaje simpático y amable que, junto con su asistente, responde a una junta directiva que nunca se hace presente en el lugar. Las diferentes drogas producen distintas reacciones que llevan a variados estados de ánimo, todas esas se suministran con un dispositivo colocado en la cintura de los presos. Uno de los internos, Jeff (Miles Teller) lucha para superar el dolor de una tragedia provocada por él, pero su esperanza de estar mejor se ve opacada cuando comienza a sospechar sobre las intenciones del experimento.
La película ensaya de forma infantil y sin ningún valor cinematográfico, una crítica a las empresas que crean productos para alterar los estados de ánimo de las personas. Como ocurre hoy en día, el mal son los empresarios, no hay ni que esperar un minuto para adivinar hacia dónde van los dardos. Tarda en decirlo, pero finalmente dice que la industria farmacéutica empuja hacia el consumo de sustancias innecesarias. La película trata sobre la manipulación de las sustancias por parte de corporaciones. Como discurso político tiene una efectividad escasa, como película es la nada misma. Pero por supuesto, el último tercio es un show de giros tontos y situaciones imposibles. El final es, hay que repetirlo, bochornoso. Tanta pereza en una película es una falta de respeto.
Pero el regalo final de La cabeza de la araña es mostrar que el artífice de una película no siempre es su director. La teoría de autor no es sinónimo de director/autor. Joseph Kosinski hace aquí un trabajo sin estilo, vigor o sentido. Pero su mediocridad no es lo interesante. Lo curioso es que Joseph Kosinski es también el director de Top Gun: Maverick (2022). Justamente, la película más cinematográfica del año. La que hace que cientos de miles de personas en todo el mundo paguen la entrada para verla en salas. El cine bien entendido. Todo lo contrario a Netflix y el streaming. Pero claro, el autor, el responsable de Top Gun: Maverick es su protagonista y productor, Tom Cruise. La cabeza de la araña es la prueba que faltaba para entenderlo.