La chica de Oslo, es una serie con una temporada de diez episodios estrenada en Netflix. Inspirada muy libremente en hechos reales, tomando de aquí y allá elementos históricos, como para darle un marco que la haga más creíble. La protagonista es una diplomática noruega, Alex Bakke (Anneke von der Lippe), cuya hija es secuestrada en Israel junto a dos jóvenes de ese país por miembros del ISIS. Pía Bakke (Andrea Berntzen) y Noa y Nadav Solomon (Shira Yosef y Daniel Littmann) serán utilizados para exigirle al gobierno de Noruega que libere a doce prisioneros palestinos y a un líder encarcelado allí, Abu Salim (Abhin Galeya). Si la negociación no avanza, la joven noruega y los hermanos israelíes serán ejecutados.
La diplomática viajó a Israel antes de saber del secuestro, presintiendo algo, pero también por un secreto que se revelará en los siguientes capítulos. Un viejo colega, Arik (Amos Tamam) que participó junto a ella en los acuerdos de Oslo en 1993 ocupa ahora un importante cargo y ella le pedirá ayuda, así como también a otra amiga llamada Layla (Raida Adon). Mientras tanto el marido de Alex, Karl (Anders T. Andersen), seguirá en Noruega las negociaciones con los terroristas presos.
Si no se los reconoce por los nombres, se los descubrirá por los rostros, muchos de los actores de esta coproducción entre Noruega e Israel han trabajado en Fauda, la más famosa de las ficciones de acción sobre el conflicto de Oriente Medio, un verdadero clásico contemporáneo. A falta todavía de una nueva temporada, los espectadores pueden pasar por aquí, porque en cinco horas se ven los diez episodios de media hora y hay varios momentos de suspenso y acción bastante logrados. En particular hacia el final, cuando llegan los momentos culminantes que todos esperamos desde los primeros minutos del episodio inicial.
La chica de Oslo, traducción del más potente Bortført (secuestrada) tiene un gusto un tanto burdo por el melodrama mal entendido y comprime muchos conflictos y relaciones forzadas dentro de una trama muy pequeña. Por el bien del drama, aunque es un poco absurda. Hay mucha gente que no ve comedias, series de animación, fantasía o terror porque le resultan inverosímiles. Es curioso que luego pasa por alto que justamente es en estos dramas sobre conflictos reales que el disparate se despliega sin problemas. Sí, la verosimilitud es una lógica interna que varía de un género a otro, de una historia a la siguiente, pero sí acá los guionistas son capaces de hacer cualquier cosa para conmover o impresionar, no hay nada moral o estéticamente superior para evitar resaltarlo.
Si aceptamos su costado de telenovela y el hecho de que su propia lógica la vuelve excesivamente previsible, La chica de Oslo es una serie que se puede ver en un fin de semana y entretiene. No es muy compleja ni profunda, y no está a la altura de los grandes títulos ubicados en la misma zona y en el mismo conflicto.