La diligencia (Stagecoach, 1939) es un film clave en la filmografía de Ford y la historia del western. Para empezar, es su primer western sonoro puro, si tomamos Judge Priest (1934) como un film costumbrista más que un western, y la excelente Prisoner of Shark Island (1936) como un film de aventuras. En segundo lugar, esta es la película fundacional del western clásico, la entrada del género en un período de madurez. Aunque algunas obras posteriores del director le hicieron sombra, hoy queda claro que La diligencia es un título clave para entender el cine de Hollywood y también la historia del cine en su conjunto.
La sumatoria del cine hasta 1939 y una mirada total sobre la sociedad y la historia están resumidas a la perfección en la película. Todo Ford está aquí. Todas sus obsesiones, personajes, temas, estética. Un resumen de su cine en un año impecable para el cine de Hollywood y para su obra. También es una declaración de principios dentro de la historia del cine. La diligencia tiene una mirada sobre la sociedad, la moral y la ética, la lealtad, el honor, el amor, la venganza, el futuro, el pasado. Como siempre en Ford: el gran cuadro, la mirada total. Y todo en movimiento, a toda velocidad, arriba de una diligencia. El cine norteamericano y su género más perfecto: el western. También interesante comparar esta entrada en el período clásico con su salida del mismo, en 1962, con The Man Who Shot Liberty Valance.
En un pueblo de Arizona en 1880, la Liga por las buenas costumbres y la decencia decide expulsar del pueblo a Dallas (Claire Trevor), una prostituta, y Josiah Boone (Thomas Mitchell), un médico borracho. Estos son obligados a subir a la diligencia que va a salir de la ciudad con destino a Lordsburg, Nuevo México. A la diligencia se unen la señora Lucy Mallory (Louise Platt), mujer de un capitán de la caballería, que va a reunirse con su marido, miembro del ejército; Ellsworth Gatewood (Berton Churchill), un banquero que supuestamente tenía que cerrar un negocio pero que en realidad se ha apropiado de dinero de su banco, y Hatfield (John Carradine), un antiguo soldado confederado que en esos momentos se dedicaba a ser un jugador y pistolero, antiguo amigo de la familia Mallory, y que decidió ponerse al servicio de la señora; y finalmente Samuel Peacock (Donald Meek), un comerciante de alcohol nervioso e inseguro. El cochero es Buck (Andy Devine) y lo acompaña el sheriff de la ciudad, Curly Wilcox (George Bancroft) quien ha recibido noticias de que hay indios en la región y a la vez que Ringo Kid (John Wayne) se ha escapado y busca vengar a su padre y a su hermano. Wilcox es amigo de su familia, pero aun así sabe que debe cumplir con su deber. Ringo quiere llegar a Lordsburg para encontrarse con los hermanos Plummers y cumplir su venganza. Cuando la diligencia lo encuentre será el último pasajero en subirse, aunque será en condición de prisionero de Wilcox
La diligencia es también el nacimiento de ese otro gran mito del oeste cinematográfico: John Wayne. Su personaje de Ringo dividiría su carrera en dos y lo lanzaría a la fama que lo acompañaría por el resto de su vida. John Ford conocía a Wayne desde hacía una década, pero por primera vez le dio un protagónico en este título que, de todas maneras, tiene mucho de coral. Cuando la diligencia descubre a Ringo en el camino es un momento inolvidable. La cámara va hacia él mientras recarga con una sola mano su winchester. Ese plano convirtió a Wayne en leyenda y a la diligencia es un hito incombustible. El actor se convertiría en el héroe fordiano por excelencia, actor puramente cinematográfico con un carisma arrollador demostrado por sus muchos años de éxito y participación en grandes obras maestras de Ford y otros directores.
En La diligencia, Ford tiene aún una mirada esperanzada, pero igualmente crítica y lúcida. Esa nueva sociedad civilizada arranca el film expulsando a Dallas, la prostituta del pueblo (la mujer de la frontera por excelencia) y al médico borracho. Ese puritanismo será el peor enemigo que Ford vea en la sociedad a lo largo de toda su obra. No viajan solos en la diligencia, otros ciudadanos ilustres muestran un despliegue de defectos, y dentro de ese mundo se puede observar una de las miradas más completas que un realizador haya hecho de una sociedad. Eso sí, en movimiento, en permanente movimiento. En Stagecoach, el pistolero y la prostituta se enamoran y forman una pareja a la que Ford ve con buenos ojos, en contraposición al puritanismo ya mencionado. Al final de la historia, los dejan irse juntos –a pesar de que él es buscado- y se pierden en el horizonte, sin duda, camino a fundar un futuro. Los personajes que los ayudan a escapar dicen, en una frase que lo resume todo: “estarán liberados por un tiempo de los beneficios de la civilización”. La esperanza de ese final es opuesta al camino que Ford desarrollaría en la segunda etapa de su carrera, luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando arranca su segundo período como realizador.
Cercanos a La diligencia, Ford tiene tiempo para hacer dos westerns más: El joven Lincoln (Young Lincoln, 1939), brillante retrato del prócer americano –interpretado por Henry Fonda- haciendo sus primeros pasos como abogado en un film emocionante, lleno de humor y con una mirada plagada de melancolía y grandeza. Tal vez el film más profundo sobre un personaje histórico que se haya realizado. Y Drums Along the Mohawk (1939), película fordiana de punta a punta, sobre los primeros colonos en Estados Unidos. Dicen que 1939 fue el punto en el cual el cine de Hollywood alcanzó su madurez, a juzgar por John Ford, así fue, con este increíble trío de películas estrenadas en el mismo año.
La diligencia está llena de detalles estéticos asombrosos, empezando por los incomparables cielos fordianos, pero no terminando allí. Los famosos techos que muestra, para destacar cada vez que los viajeros llegan a un lugar donde pueden parar, y que luego tomarían muchos otros directores, muestran una forma de narrar nada convencional para 1939. Las puertas y las ventanas, las luces para cada personaje, siendo particularmente bello el plano en el cual Dallas camina por un pasillo hasta una puerta y Ringo la mira alejarse, en una composición de cuadro que sería muy habitual en John Ford. Pero no solo hay elementos estéticos de enorme lirismo y belleza, también hay un profundo sentido de las diferencias de clases, la solidaridad y los gestos humanos. Ringo, el pistolero, tiene una forma primitiva de ser siempre afectuoso con Dallas, víctima del desprecio de los demás. El Doc, borracho, tiene también una mirada del mundo cercana al director. Thomas Mitchell, en su mejor papel, ganó el Oscar por esta película. Por otro lado el banquero, el personaje más miserable de todos, es el que se llena la boca hablando de patria, honestidad, elogiando al ejército cuando en realidad está huyendo de la ley. Para Ford los discursos altisonantes son una pista de los hipócritas. Les tengo más miedo a las puritanas que a los apaches, dice un personaje.
La película se hizo en 1939 y ochenta años después se mantiene intacta. Nada de lo que dice a perdido vigencia y el salvaje oeste es un marco perfecto, no una cárcel, donde todos los temas entran. El western permite hablar sobre la condición humana y reflexionar acerca de la existencia como ningún otro género. John Ford lo entendió más rápido que nadie y por eso se convirtió en el mejor director de westerns de todos los tiempos. Es decir, en el mejor director de cine de todos los tiempos. La madurez de ambos empezó con La diligencia.