Peliculas

LA MOMIA: LA TUMBA DEL EMPERADOR DRAGÓN

De: Rob Cohen

LA MOMIA PERDIÓ LA DIRECCIÓN

Alienados por el marketing, las peleas por la taquilla y la búsqueda desesperada por obtener una franquicia segura, el cine de Hollywood se sumerge cada vez más en aguas turbias en donde lo que menos importa es la historia en sí misma y los temas que el film quiere abordar. La momia (1999), dirigida y escrita por Stephen Sommers, era uno de los contados y más notables ejemplos de cine industrial de raíz y convicciones clásicas. Sommers conseguía un espectáculo de alta calidad y recursos modernos, pero sin olvidarse de cómo contar una historia y por qué contarla. La secuela, La momia regresa (2001) confirmaba y profundizaba esto. Luego Sommers pasó a la producción y dejó la línea en manos de otros. Primero vino una secuela lateral, El rey escorpión, y ahora La momia: La tumba del emperador, tercera parte oficial de esta saga. Para quienes creían que el cine de Hollywood ya no dependía de los directores autores, he aquí la prueba más rotunda de lo que ocurre cuando alguien sin el talento y la personalidad artística necesarias se pone al frente de una de estas producciones. Parece que no es sólo Hollywood el que vive alienado, los espectadores y sobre todo los críticos no parecen prestarle tampoco atención al oficio de cineasta, y no se ha hecho suficiente hincapié en diferenciar un film mediocre de uno de gran calidad. La momia: La tumba del emperador dragón tiene buenas ideas como punto de partida. Una de ellas, la de llevar a nuestros héroes hacia China, parece no sólo un gran acierto de mercado (la película se estrena junto con el comienzo de los Juegos Olímpicos de Beijing), sino también un interesante espacio para explotar. Así, los famosos Guerreros de terracota, descubiertos en Xian en 1974, son la excusa perfecta para desenterrar un misterio ancestral por demás apasionante para los amantes de la aventura y la arqueología. Claro que hay que aceptar que dichos guerreros no sean tales, sino un ejército de momias, y que el emperador Qin haya sido reemplazado por otro llamado Han (Jet Li, estrella del cine oriental y Hollywood), aún cuando la historia real tenía varios puntos de conexión con lo que aquí se cuenta. Con este excelente punto de partida y con un grupo de personajes ya conocidos y aceptado, no había que hacer tanto para lograr una película buena. Tal vez sea hora de que los que hacen y los que ven cine se den cuenta que las películas no son buenas o malas porque sí, y que por más que la teoría de autor no sea una regla inequívoca para medir un film, sí está claro que quien pretenda hacer una buena película debe contar con un buen director, de lo contrario, difícilmente llegue a buen puerto. Así, Rob Cohen no tiene la capacidad de armar una escena desde lo visual, y no hay que culpar al presupuesto ni a los efectos especiales, porque ahí estuvo Stephen Sommers en dos ocasiones para conseguir inmejorables resultados en las dos películas anteriores. Cohen no posee ni estética ni estilo narrativo, no le otorga a las escenas un orden que permita comprometer al espectador con lo que está viendo, su cámara está tan cerca de los personajes que no podemos en ningún momento sentir el suspenso, el vértigo y la emoción de saber que podría pasar a continuación. A esta confusión hay que sumarle el cambio de Raquel Weisz por Maria Bello en el rol de Evelyn O´Connell. Tal vez Buñuel haya abierto el camino para dos actrices en un mismo papel cuando filmó Ese oscuro objeto del deseo, en 1977. Claro que ahí era una elección y acá es un parche, porque Weisz, con entendible criterio a juzgar por los resultados, decidió decir que no a este film. No es culpa de María Bello, de excelente actuación, aclaremos, sino de un film fallido donde todo distrae. Sin embargo, un poco de culpa también le corresponde a Stephen Sommers, el creador de la saga, porque cuando en Van Helsing demostró una adicción preocupante hacia cierto tipo de digitalización de personajes, acá le abre nuevamente la puerta a algunos momentos no muy logrados dentro de la misma tónica, cosa nada inocente en su calidad de productor. De la saga de La momia sólo queda el estilo clásico de los personajes, la lealtad -tema principal en las anteriores- como un valor destacable, y la sensación de que hubo una época en la que las aventuras eran más divertidas. Irónicamente, mientras La momia: la tumba del emperador dragón se estrena, al mismo tiempo el propio protagonista del film, Brendan Fraser, produce y protagoniza Viaje al centro de la tierra. La diferencia entre ambos films es notable, y es la adaptación del libro de Julio Verne la que parece más cercana al universo de La momia, que esta secuela fallida, muestra de que las películas no se hacen solas, y que alguien las tiene que dirigir.