La muerte blanca (Cocaine Wars, Argentina/Estados Unidos, 1985) es una de las coproducciones que hizo New Horizons con Aries Cinematográfica en la década de los ochenta. New Horizons es nada menos que la productora de Roger Corman en aquellos años y Aries Cinematográfica la productora Argentina de Héctor Olivera y Fernando Ayala fundada en 1956. La muerte blanca está dirigida por Héctor Olivera y tiene guión de Steven M. Krauzer y la historia es de Héctor Olivera y David Viñas. ¿Cómo llegó el Papa del cine clase B a trabajar en Argentina? La historia es muy sencilla. Alejandro Sessa se había sumado a Aries y su trabajo era buscar coproducciones en el extranjero. Gran parte del cine argentino de aquellos años eran coproducciones, en parte por el interés que el mundo tenía por Argentina en su regreso a la democracia. Pero esta película no es una de las muchas coproducciones con contenido político y/o valor artístico, sino un cine para consumo hogareño en Estados Unidos en la edad de oro del video en convivencia con la enorme producción de películas hechas para televisión.
Roger Corman produjo en total diez películas en Argentina en la década del ochenta. Cinco las dirigió Héctor Olivera, incluyendo una nueva versión de Últimos días de la víctima llamada Matar es morir un poco (Two For Tango, 1989). En este caso se trata de una película de acción al estilo de aquellos años. Cliff Vickry (John Schneider) trabaja para la organización del mayor exportador de drogas de Sudamérica, Gonzalo Reyes (Federico Luppi). Aunque no está claro, es posible que la acción se ubique en Bolivia en la ficticia ciudad de Las Palmas. El socio militar de Reyes es el General Luján (Rodolfo Ranni) y ambos son implacables para mantener su negocio y tienen cómo principal enemigo a un periodista con ideas socialistas que se postula para presidente, Marcelo Villalba (Juan Vitali con el nombre de John Vitali). También hay una periodista americana llamada Janet Meade (Kathryn Witt), ex pareja de Cliff, que intenta reunir pruebas sobre Reyes. Reyes le ordena a Cliff que mate a Marcelo Villalba pero Cliff no se atreve a matar a Marcelo. Lo que no sabe Reyes es que Cliff es un agente encubierto de la DEA y está trabajando para destruir a la organización de Reyes y el negocio de drogas que él sostiene.
Hay otros personajes secundarios, como el estadounidense Bailey (Royal Dano, veterano y conocido actor secundario), que trabaja desde el burdel local de Las Palmas, regenteado por Lola (Haydée Padilla). Entre los villanos también hay un dúo alemán formado por Klausmann (Iván Grey) y Wilhelm (Ricardo Hamlin con su nombre cambiado a Richard), que parecen una versión solemne de Siegfried y Starker de El Superagente 86. Wilhelm, como corresponde, muere dando el famoso grito que es una marca en el cine de Hollywood y conocido como Wilhelm Scream. Muchos actores conocidos son fáciles de reconocer, algunos doblados y otros hablando en inglés, de forma natural o forzada pero justificador por no ser americanos. La mayoría de los roles parecen sacados de películas de décadas atrás, en un intento de jugar con personajes clásicos, pero casi ninguno logra su objetivo, excepto Pugg, el dueño del bar interpretado por Marcos Woinsky, que tiene diálogos dignos de una película de verdad, aunque no alcancen dentro de la pobre ejecución de estos desde la puesta en escena.
La muerte blanca tiene todos los defectos de una película clase B americana y una mala producción argentina. Y ninguna de sus virtudes. Hay algunas escenas o momentos sueltos con cierto encanto y apenas un poco de locura para divertirse. Un Renault 6, un auto muy común en Argentina, manejado de forma temeraria le da a la película algo de diversión. Pero todo está filmado a las apuradas y actuado sin gracia alguna. John Schneider, claro, era muy famoso todavía por su rol de Bo Duke en la serie Los Dukes de Hazzard (1979-1985). Entre las curiosidades de esta película que es una versión muy barata de lo que en aquellos años hacían las estrellas del cine de acción, están las referencias a la dictadura argentina reciente. Un Ford Falcon verde, todo un símbolo de aquellos años, y una escena de tortura parecen sacadas de otra clase de película. Héctor Olivera dirigiría inmediatamente después La noche de los lápices (1986) donde los protagonistas son torturados durante la dictadura militar. Hay en estos pequeños instantes de La muerte blanca una mirada diferente al resto de esta olvidable película sólo rescatable como curiosidad y rareza.