REMEDIO PARA PARANOICOS
En el film Amistad, dirigido por Steven Spielberg, un abogado le dice a otro (en referencia al juicio oral que ambos llevan adelante): No gana quien tiene la razón, gana el que cuenta la mejor historia. No son muchos los cineastas capaces de hacer una reflexión sobre el arte cinematográfico en general sin que la misma afecte la transparencia del relato. Sin embargo, es bien sabido que la autoconciencia, lejos de afectar narración, la refuerza y enriquece. Esto es lo que ocurre en el último libro de Guillermo Martínez, La muerte lenta de Luciana B., una novela en donde se nos ofrece a los lectores un relato construido con muchas capas, que se develan poco a poco y sin hacernos perder, en ningún momento, el hilo de lo que se cuenta. Casi de forma inconsciente, asistimos a una de las formas más interesante de hacer literatura: la del autor que habla acerca de su propio relato y reflexiona sobre su arte a partir de en apariencia contarnos otras historias. Sin darnos cuenta, Martínez nos sumerge en la más atrapante de sus novelas lo que no es poco decir y nos relata varias historias dentro del mismo libro. Pero lo más interesante es que la única historia, la principal, es la que, sin decirlo, cuenta el narrador (una especie de alter ego del autor). No es la historia de Luciana ni la de Kloster, sino la historia de quien está narrando esas historias. Como ocurre con muchas otras obras de arte, la novela deja entrever un profundo respeto por el acto de creación y una gran fascinación, a su vez, por el oficio de contar. Con pasión escuchamos primero a Luciana y luego a Kloster, pero sobre todo, y con la misma pasión, leemos el relato de este escritor que no sabe qué novela escribir, pues nos no hace creer que esa historia no le pertenece, que se trata del relato de otras vidas, hecho por otras personas. Sin embargo, él se apodera de ese relato cuando declara, mintiendo, que está escribiendo su novela. Se trata de una mentira a medias, ya que nosotros leemos su relato de todos los hechos como si de alguna manera fuera la novela que él dice que escribirá. Esto no es un truco ingenioso, es una pista que nos da el autor para que entendamos lo que está haciendo. Más interesante es aun cuando el escritor habla de la novela que está realmente (¿realmente?) pensando escribir sobre el piromaniaco chino. Este punto es digno de destacarse. El piromaniaco chino es un caso que tuvo su espacio en los medios hace unos años. Es decir, el escritor se estaría basando en hechos reales para escribir su novela. Pero increíblemente la historia de Luciana y de Kloster se apodera de ese relato basado en hechos reales y trae de vuelta al escritor al camino de ficción, aunque es de suponer que las historias de ellos provienen también de hechos reales. Los personajes que el autor imagina reales pero que son producto de su creación vuelven a atrapar al narrador y lo obligan a contarnos la historia que nosotros los lectores queremos leer. A esta altura, la novela se devela apasionante no sólo por el suspenso, sino también por la complejidad de su estructura, ya que aun cuando el lector no tenga conciencia de ello, estos giros producen su efecto.
Es cierto que esta nota no revela elementos de la trama, y creo, sinceramente, que no es relevante hacerlo, pues quienes tengan la chance de sumergirse en La muerte lenta de Luciana B. no necesitarán conocer de antemano nada acerca de la misma. Y si bien es digna de un profundo análisis, lo es más allá del hecho de que pueda estar plagada de algunas frases brillantes o de impecables remates de capítulos; todos elementos que posee de sobra. Sin embargo, sería injusto tratar a esta novela como un simple relato de suspenso, entendiendo a éste en un sentido estricto, o sea, en que el lector recibe la información poco a poco, y de esa forma se le genera un hambre creciente de saber más. Este relato perfectamente construido, armado con herramientas nobles y con una prosa notable, sin artificios ni trucos, es una de esas experiencias artísticas que valen la pena tomarse en serio. Un libro que habla sobre la construcción de un libro, pero no de forma pesada, pretenciosa o solemne. Un libro para el análisis, pero a su vez para el disfrute. Ahora bien, si profundizamos un poco más, se observa que la novela también habla de un tema muy delicado y profundo: la verdad. Cada relato se sumerge en dos versiones de la verdad, cuyo peso podría aplastar cualquier discusión interesante. Con especial énfasis, ambas partes expresan sus verdades, aunque no por casualidad, Luciana parece ganar un poco más el corazón de los lectores. Pero a no engañarse, esto no necesariamente responde a que Luciana pueda estar contando la verdad, sino a que el corazón del escritor está más cerca de ella que de Kloster, porque Kloster es ese oponente que, como en Acerca de Roderer, parece estar preparado de sobra para ganar cualquier partida de ajedrez. Y es un poco también esa imagen atemorizante del escritor consagrado, como en La mujer del maestro. En una demostración de nobleza, el autor (los autores) hace que Luciana tenga un poco más de razón. Porque si gana quien cuenta la mejor historia, queda en manos de un escritor, en este caso, esa victoria. La de darle a Luciana un mejor relato y una victoria moral, al tiempo que Kloster sigue adelante con una victoria literal. El escritor compite con Kloster, no con Luciana. Y el escritor apuesta a que Luciana, tenga o no la razón, cuente la mejor historia. Kloster, el escritor y Luciana son tres miradas sobre la literatura y sobre la vida. Y la literatura, para Martínez, parece ser el mejor remedio para la paranoia que habita en todos nosotros (y en este relato). Al terminar la lectura del libro nos quedamos con cierta angustia, pero también con una certeza: la de que aun existen escritores que se apasionan por intentar contarnos la mejor historia.