SIN PIEDRAS EN EL CAMINO
Hay una tendencia que recorre la novela actual y que consiste en edificar ficciones en torno a una escritura que se nombra permanentemente a sí misma, una escritura autoconsciente que expone su proceso de producción a través de relatos que desplazan las historias del centro en pos de su propio exhibicionismo, muchas veces, trivial y moroso.
Esta tendencia, nacida a la luz de algunos movimientos iconoclastas inaugurados hace ya varias décadas y sostenida por las voces apocalípticas que cada tanto se elevan para vaticinarle una corta vida al género -como si su destino fuera el resultado de una ecuación macroeconómica-, ha producido que la novela poco a poco comience a perder esa suerte de misterio, de halo “encantador” de imaginerías ajenas.
Sin embargo, no todos los escritores eligen correr detrás de los dictados de una moda que, más que enriquecer el arte de la literatura, se pone al servicio de aquellos que desconocen cómo convertirse en sus “artífices”. Milena Agus, una joven novelista italiana, nacida en Génova pero de origen sardo, se atreve en La mujer en la luna, la primera de sus novelas que la editorial Edhasa publica en la Argentina, a contar una historia en la que ésta resulta el eje central sobre el que discurre toda la narración, aunque sin por ello descuidar la construcción del relato, sino por el contrario, logrando que éste se ponga al servicio de la intensidad dramática de la historia.
La voz narradora de esta ficción la lleva una joven, nieta de una mujer a quien su familia siempre acusó de andar por la vida como habitando “en la luna”. A través de ella nos llega el relato de una historia que se remonta a los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. Por aquella época su abuela cursaba la treintena, cargaba en su haber varios desencantos amorosos, que su familia adjudicaba a su personalidad “excéntrica” y que terminaron por conducirla a un casamiento arreglado con un viudo y cuarentón que la desposó en agradecimiento a la hospitalidad que sus padres le habían propinado durante el tiempo en que se hospedó en su casa. Ese matrimonio pautado, y que subsistía gracias a una convivencia de mutuo respeto pero de gran desafecto, no le alcanzaba a la abuela para colmar sus expectativas respecto del amor y la vida en pareja. Y esta falta que se fue gestando en su espíritu se volvió entonces síntoma en su cuerpo, afectando sus riñones con cálculos y haciéndola perder varios embarazos. Decidida a encontrar una cura para esas durezas que se anquilosaban en su organismo, como metáfora de un amor que no lograba fluir por sus venas, la abuela partió a un balneario de Italia conocido por el alto poder curativo de sus aguas termales. Y fue allí en donde encontró al hombre que se convirtió en el verdadero amor de su vida, con quien compartió no sólo la pasión de su cuerpo adormecido, sino también las tribulaciones que su espíritu inquieto plasmaba en hojas y hojas de escritura desordenada y a las que por fin alguien le prestaba atenta escucha. Ese amor tardío duró sólo el tiempo de la estadía en las termas, aunque la abuela se encargó de hacerlo perdurar a través de otras formas, que son las que llegan hasta los días de su nieta, y a través de las cuales ésta descubre ese territorio “lunar” por el que deambulaba su abuela.
El final de La mujer en la luna, condensado en unas pocas frases finales, no es más que la gran puesta en juego de un relato que se atreve a permanecer al servicio de una pequeña historia para resignificarla en una gran novela. Un simple e inesperado giro de timón que demuestra la solvencia de una excelente escritora, que sabe reflexionar sobre su oficio con la discreción y el pudor suficientes para dejar que la historia hable por sí misma.
LA MUJER EN LA LUNA
Milena Agus
Editorial Edhasa
Bs As, 2008